martes, 25 de marzo de 2008

CORREDOR SIN RETORNO



PETER BRECK es JOHNNY BARRETT

"Cuando estamos dormidos, nadie sabe distinguir
un hombre cuerdo de un hombre loco"...
Pagliaci.

Lentamente, antes que una tenue luz atraviese el ojo de buey abriendo una grieta sobre el fundido en negro, como si desde las tenebrosas profundidades de un túnel nos aproximáramos a la diáfana claridad de su final, una antigua frase de Eurípides nos pone en alerta:

"Dios enloquece a quien desea destruir"

Así comienza "Corredor sin retorno" (Samuel Fuller, 1963), una película independiente de ambiente enrarecido, un psicodrama de serie B de bajo presupuesto. Este claustrofóbico thriller psicológico, que tiene lugar entre los muros de un sanatorio psiquiátrico, fue celebrado por Jean Luc Godard como "una obra maestra del cine bárbaro". No en vano, mientras esta cinta era vapuleada por la crítica norteamericana, en Europa se convertía en una obra de culto. Escrita y producida por el propio Sam Fuller, relata la desafortunada historia de Johnny Barrett (Peter Breck), un ambicioso periodista en busca del premio Pulitzer, que decide hacerse pasar por loco para resolver un asesinato ocurrido en el seno de una hermética institución mental. Periodismo de investigación en estado puro.

Grosso modo
, sin temor a equivocarnos, podríamos afirmar que el cine ha prestado su atención a lo acontecido en el interior de las instituciones psiquiátricas cerradas para:

  • Denunciar supuestamente en las mismas la violación sistemática de los derechos fundamentales de los enfermos mentales como seres humanos.
  • Sacar una jugosa tajada en las taquillas por la proyección de historias morbosas y la presentación de casos anormales.
En la revista de cine online "Contrapicado.net", opina atinadamente la crítica Violeta Kovacsics que con el devenir de los tiempos, esta obra de Fuller se ha convertido en el retrato fidedigno de los más oscuros temores de la sociedad norteamericana de la época: pánico a la guerra atómica, desconfianza máxima del comunismo y atroces conflictos intestinos provocados por el racismo.

http://www.contrapicado.net/panoramica.php?id=109


Pero, como en tantas otras ocasiones, la ficción superará a la realidad. Durante el pasado siglo XX, a principios de los años 70, en los Estados Unidos tuvo lugar un controvertido experimento psicológico. Podríamos calificarlo como la cruz de una moneda de la cual, obviamente, el film de Fuller sería la cara. Pero, desconozco realmente si alguna vez David Rosenhan vió "Corredor sin retorno".

En 1972, este prestigioso psicólogo de la Universidad de Stanford reunió a un grupo de ocho amigos (tres colegas de profesión, un estudiante de postgrado, un pediatra, un psiquiatra, un pintor y una ama de casa), y les hizo una propuesta que no podían rechazar: debían hacerse pasar por enfermos mentales e ingresar en diferentes hospitales psiquiátricos (algunos, clínicas de calidad contrastada, ortodoxas con la buena práxis médica; otros, verdaderos manicomios decimonónicos). Los atrevidos participantes permanecerían internados durante un mes, observando atentamente todo lo que allí ocurría. Convertido en un conejillo de indias más, el propio Rosenhan participó en su experimento.

David Rosenhan

Al igual que el pérfido Dr. Fong (Philip Ahn), el psiquiatra oriental (¡cuánto me recuerda al villano Fu Manchú!) encargado de adiestrar a Johnny Barrett para parecer realmente un enfermo mental, David Rosenhan entrenó a sus amigos para que presentaran síntomas y simularan tomarse los psicofármacos. Todos se dejaron crecer el cabello, desordenaron intencionadamente sus peinados, ajaron sus indumentarias e ingresaron en los diferentes sanatorios psiquiátricos bajo el pretexto de que escuchaban voces extrañas (alucinaciones auditivas). Todos recibieron terapias y percibieron la crueldad de aquellos manicomios. Sin que ningún médico los descubriera, los ocho falsos pacientes terminaron por revelar el engaño, regresando triunfantes a su habitual monotonía.

Poco después, Rosenhan publicaría en la prestigiosa revista "Science" su famoso artículo "On Being Sane in Insane Places". Valientemente defendió que el diagnóstico psiquiátrico no se hacía en función de la persona, sino en función del contexto, y que todo proceso de diagnóstico que se preste alegremente a esa clase de tremendos errores, no merece la pena. Me enteré de la historia de Rosenhan leyendo un libro muy ameno, muy recomendable. Se trata de "Cuerdos entre locos", escrito por Lauren Slater, y publicado por Alba Editorial.

Experimentos como el de Rosenhan y películas como "Corredor sin retorno" han contribuído (entre algunas otras creaciones) al engrandecimiento del mito denominado "la imagen negativa de la psiquiatría".


ALGUNOS ANTECEDENTES CINEMATOGRÁFICOS.

  • Podríamos considerar a "Nido de víboras" (Anatole Litvak, 1948), protagonizada por la encantadora Olivia de Havilland (ganadora de un Óscar por esta interpretación) como una primera obra precursora de la iconoclasta película de Fuller.
  • "La tela de araña" (Vincent Minelli, 1955), con el recientemente desaparecido Richard Widmark en el papel del Dr. Stewart McIver, como el director de un psiquiátrico, desarrolló un curioso melodrama basado en el conflicto provocado en un sanatorio mental por la confección de unas simples cortinas para la biblioteca.

    Richard Widmark y Lauren Bacall en "La tela de araña"

  • "La cabeza contra la pared" (George Franju, 1958), protagonizada por Charles Aznavour, abandera la denuncia contra los hospitales psiquiátricos de la época con una historia similar a la de "Corredor sin retorno".

Pero, volviendo a la ficción cinematográfica descrita por Sam Fuller, el Dr. Fong se encarga del montaje de la falsa patología para el intrépido periodista. Ambos eligieron un trastorno fetichista, cuyo oscuro objeto de deseo era el cabello (las trenzas) de su supuesta hermana. A esta usurpación se presta a regañadientes su novia Cathy, una turbadora bailarina de striptease (interpretada por la actriz Constance Torrance, protagonista de otra controvertida obra de Fuller, "The naked kiss" - 1964).

Además de la bella rubia y del inquietante psiquiatra de ojos rasgados, solamente "Swanee" Swanson (William Zuckert), el director del periódico Daily Globe, serán los únicos vínculos de Johnny con la realidad. Tratando de hacer desistir a su amado de su descabellada idea, Cathy pronuncia una frase que bien pudiera resumir toda esta trama cinematográfica: "las buenas historias nacen de la vida, no de una serie de términos médicos vulgarizados..."

Según la clasificación DSM IV, el fetichismo forma parte de las llamadas parafilias, y queda englobado dentro del apartado mayor de los "Trastornos sexuales y de la identidad sexual". Consiste en fantasías sexuales recurrentes y muy excitantes, en forma de impulsos sexuales o comportamientos ligados al empleo de objetos no animados (generalmente ropa interior femenina), que persiste más allá de 6 meses.

En el vínculo siguiente, podemos disfrutar con el surrealista número de baile de Cathy cimbreándose sobre el escenario del club de striptease, al ritmo de los compases de "I Want Somebody to Love", un tema original de Paul Dunlap, el compositor de la banda sonora presicodélica que acompaña a este film:


Tras interponer Cathy una falsa denuncia en la comisaría por acoso sexual e intento de incesto, la policía detiene a Johnny, que se hace pasar por un desequilibrado y así consigue ingresar temporalmente en el departamento de psiquiatría del Hospital General del Condado. Será el Dr. Menkin (Paul Dubov) el que primeramente se haga cargo de él. Su diagnóstico psiquiátrico inicial resulta contundente: un caso de esquizofrenia "agudísimo". Por la noche, las imágenes oníricas de Cathy acosan a Johnny en forma de pesadillas desasosegantes. En tales momentos, su mente se debate entre el extremo de abandonar la farsa, conservando el amor de su amada, o continuar con su particular y arriesgada experiencia.

Una vez trasladado al Hospital Psiquiátrico Estatal, ante la ávida mirada de Johnny comienza el desfile de un auténtico catálogo de trastornados: neuróticos, psicóticos, catatónicos... Por el simbólico corredor central (al que todos llaman coloquialmente "La Calle"), durante "La hora de la Amistad", los enfermos psiquiátricos pacíficos pasean libremente. Para evitar conflictos, hombres y mujeres se encuentran hospitalizados en alas independientes. Wilkes (Chuck Roberson), un enfermero celador le advierte a Johnny sobre el peligro de las ninfómanas, con las que Johnny vivirá accidentalmente una experiencia sumamente desagradable (mientras una de ellas canta la popular canción folk escocesa "My Bonnie lies over the Ocean", al igual que un día hicieron The Beatles con Tony Sheridan). Más recomendaciones para comportarse de una manera políticamente correcta. Palabras vetadas, como "loco, chiflado, maniático, majareta, manicomio"; en su lugar, otras más adecuadas: "paciente, sanatorio psiquiátrico, higiene mental...". Ahora será el brillante Dr. L.G. Cristo (John Mathews) el nuevo médico especialista de Johnny. Continuando con su trama, Johnny le cuenta al psiquiatra que tiene alucinaciones auditivas y visuales (un hombre le habla desde la televisión reprochándole la enfermiza pasión por su "hermana"). Segundo diagnóstico: demencia precoz, aparecida durante la pubertad, caracterizada por un comportamiento infantil, alucinaciones y trastornos emocionales.

Además de los tranquilizantes, los antipsicóticos y los anticonvulsivantes, los pacientes también son tratados con medidas físicas, como por ejemplo los baños de hidroterapia relajante, la terapia de baile y... ¡cómo no!, también con electroshocks.

El osado periodista comparte habitación con otros pacientes, entre los que destaca el orondo Pagliaci (un prolífico Larry Tucker, actor, escritor, compositor y productor, nominado a un Globo de Oro por esta interpretación), un psicótico asesino de su esposa que cree ser un afamado cantante de ópera, acosado permanentemente por alucinaciones auditivas en forma de arias (como por ejemplo, la archiconocida "Largo al factótum", de "El barbero de Sevilla" - Gioacchino Rossini). Él es el que le cuenta a Johnny cómo a Sloan lo mataron en la cocina con un cuchillo. Acto seguido, Johnny se pone a buscar entre los pacientes ingresados a los tres supuestos testigos del sangriento asesinato:

  1. Testigo nº 1: Stuart (James Best), un granjero sureño que cree ser el general Jeb Stuart, un héroe confederado de la Guerra de Secesión norteamericana, absorto en el estudio de mapas y esquemas de la batalla de Gettysburg. Sólamente las notas musicales del popular tema "Dixie" parecen sacar a Stuart de su catatonia. Este enfermo sufre un trastorno psicótico por estrés postraumático, muy frecuente entre los soldados, tras haber caído prisionero en la Guerra de Corea y haber sufrido un concienzudo programa especial de reeducación comunista. Cuando por fín fue liberado, al regresar a casa fue licenciado del ejército con deshonor y rechazado por todos (incluyendo su propia familia), lo que desencadenó su despeñamiento afectivo y racional. Siendo "Corredor sin retorno" una película en blanco y negro, varias veces se intercalan imágenes en color, intentando reforzar aún más el impacto visual de las alucinaciones (en este caso, imágenes que Fuller toma prestadas de otra película suya de 1955 titulada "House of Bamboo", como por ejemplo el gran Buda de Kamakura, desfiles de monjes, geishas y fieles budistas, la gran noria del parque de atracciones, el Monte Fuji con sus cumbres nevadas...). Stuart le cuenta a Johnny que el asesino de Sloan llevaba pantalones blancos. Primera pista.
  2. Testigo nº 2: Trent (Hari Rhodes). Único estudiante de color en una universidad del Sur profundo, desfila por los pasillos presa de un delirio de reivindicación caracterizado por un fanatismo inverso; en sus manos porta un cartel manuscrito con leyendas racistas contra los afroamericanos y la política de integración. Otra de sus aficiones delirantes se refiere a la colección de fundas de almohadas, que emplea para fabricar capuchones como los que utiliza el Ku Klux Klan en sus reuniones secretas. ¡Qué magnífica idea la de Sam Fuller al escribir este guión!. Nadie más convincente que un hombre de color para atacar el racismo desde la postura y el lenguaje del más acérrimo fanático blanco supremacionista. He aquí, en el aséptico interior de un manicomio, la desnudez de la locura y la irracionalidad del racismo, que posee como un demonio a un hombre de color que ama profundamente al país que lo rechaza por ser diferente. Mientras Johnny y Trent permanecen aislados, vestidos con camisas de fuerza bien aseguradas, una vez más las imágenes en color sirven de fondo para la representación de los cuadros alucinatorios. En este caso son imágenes documentales de la tribu Karajá, filmadas en 1954 por el propio Fuller en plena Amazonia brasileña. En 1994, el cineasta finlandés Mika Kaurismäki homenajearía estos trabajos de Fuller en su obra "Tigrero, la película que nunca existió". Trent aporta a Johnny la segunda pista: el asesino de los pantalones blancos no es un médico. Es un enfermero.
  3. Testigo nº 3: Boden (más tarde popularmente televisivo Gene Evans, que ya había trabajado en 1955 con Fuller en la exitosa "Casco de acero", donde interpretaba al inolvidable Sargento Zack). Este poco convincente personaje es un físico americano ganador del Premio Nobel, que trabajó en la génesis de la bomba atómica y en la carrera aeroespacial, pero que ahora ha perdido irremediablemente la razón; presenta un cuadro compatible con un trastorno psicótico con regresión a la infancia. Como casi todos los demás enfermos, Boden también padece alucinaciones auditivas, voces que en este caso le conminan a atender sus antiguos trabajos científicos. Él le dará a Johnny el nombre del asesino: el enfermero Wilkes.

Johnny Barrett perderá finalmente su cordura. Comenzará por no distinguir a la Cathy real, su novia, de la Cathy falsamente convertida en su hermana. A las constantes pesadillas, a la angustia y a la depresión, a los efectos secundarios de la medicación y al trauma del electroshock, se unirá además ahora la insoportable presión por vivir encerrado permanentemente entre cuatro paredes con enfermos mentales, personajes a los que Samuel Fuller dota deliberadamente de síntomas y signos exageradamente patológicos, catatónicos y escorzos manieristas.

Hay algunos que opinan que "Corredor sin fondo" es la única película de Fuller que gusta a sus detractores. La simplicidad del guión y cierta ingenuidad pseudocientífica con la que se tratan algunas cuestiones psiquiátricas, en mi opinión son defectos disculpables que contribuyen al éxito de la película.


http://thecinema.blogia.com/2007/072603-shock-corridor-1963-samuel-fuller-corredor-sin-retorno.php

Una última genialidad de Fuller: la colosal pelea entre Barrett y Wilkes se inicia en la sala de hidroterapia, para finalizar en la cocina del sanatorio, justamente el lugar donde el criminal enfermero asesinó al desgraciado Sloane.

Deseo también dejar aquí constancia de mi sentida admiración por la dirección de fotografía de Stanley Cortez, responsable también, entre otras obras maestras, de las imágenes de "La noche del cazador" (Charles Laughton, 1955); en otras palabras, planos breves y rápidos, juegos de luces y sombras, superposición de imágenes y manejo magistral del encuadres de las líneas rectas (barrotes, rejas, esquinas) y de la perspectiva (el corredor omnipresente).

http://www.filmaffinity.com/es/review/32247737.html


ANÉCDOTAS, CINEFAGIA, CINEFILIA...

  • En el camerino del club de striptease, mientras la cámara hace un travelling atravesando los compartimentos de las bailarinas, al llegar al de la última chica (llamada Karen), ésta conserva pegada en la pared al lado de su espejo una fotografía con la clásica estampa del propio Samuel Fuller, sosteniendo un sempiterno cigarro habano en su boca. Puro narcisismo...

SAMUEL FULLER, fumando espero...

  • Desde muy joven, Sam Fuller trabajó como periodista especializado en sucesos para varios diarios: New York Journal (de cuya plantilla entró a formar parte a los 17 años), New York Evening Graphic y San Diego Sun. Debido a su facilidad para escribir relatos policíacos pulp, pronto sería contratado en Hollywood como guionista. Un ejemplo destacado de estas labores: el guión de "Más fuerte que la ley" (Douglas Sirk, 1949).
  • En 1957, Fuller dirigió a Sara Montiel en "Yuma" (originalmente "Run of the Arrow"), clasificado por algunos críticos como un western "psicológico".
  • De las paredes de las consultas de los psiquiatras (Dr. Fong y Dr. Cristo) penden retratos de Sigmund Freud, padre de la teoría psicoanalítica.

SIGMUND FREUD, habano en ristre...

  • En 1964, Dennis Sanders dirigió "Shock treatment", conocida en el mercado hispano por el título de "Conspiración diabólica", un thriller psicológico en el que un investigador privado ingresa en una institución psiquiátrica simulando ser un enfermo mental, con la finalidad de descubrir un botín de 1 millón de dólares oculto en el hospital...

1 comentario:

DOCTOR ALBEIROS dijo...

EL ELECTROSHOCK

Existen diversas representaciones cinematográficas de este tipo de tratamiento, realizadas normalmente desde enfoques negativos, cuando no descaradamente truculentas. Recordamos aquí la clásica "Alguien voló sobre el nido del cuco" (Milos Forman, 1975), en la que esta terapia era empleada por los psiquiatras para doblegar al díscolo Randle McMurphy (Jack Nicholson).

En "El asesino" (Denys de La Patellière, 1971), el veterano comisario Le Guen (Jean Gabin)se enfrenta al peligroso asesino Gassot (Fabio Testi). En una de las escenas iniciales, Gassot se encuentra internado en un módulo penal para enfermos psiquiátricos, en el que es sometido a un electroshock bajo anestesia.