"Nuestras vidas son como narraciones o historias que contamos conforme las representamos en el mundo. Por tanto, al entender las historias de los ancianos, podemos entender mejor las diversas formas en las que los ancianos definen su autoestima y cuáles son los planteamientos problemáticos..."
"Ética y envejecimiento", George J. Agich. En "De la vida a la muerte", David C. Thomasma y Thomasine Kushner. Cambridge University Press, 1999.
Entonces, ¿podríamos valorar concretamente una sociedad por el trato dispensado a sus ancianos?
Varios cineastas han intentado contestar esta pregunta desde sensibilidades artísticas bien diversas, desde la flamante "Amador" (Fernando León de Aranoa, 2010), pasando por la oscarizada "Regreso a Bountiful" (Peter Masterson, 1985) o el descarnado neorrealismo de "Umberto D." (Vittorio de Sica, 1952), hasta esa obra de arte minimalista titulada "La ventana" (Carlos Sorín, 2008) o la coproducción hispano - argentina "Elsa y Fred" (Marcos Carnevale, 2005), protagonizada al alimón por China Zorrilla y nuestro entrañable Manuel Alexandre, recientemente desaparecido a los 92 años de edad.
Varios cineastas han intentado contestar esta pregunta desde sensibilidades artísticas bien diversas, desde la flamante "Amador" (Fernando León de Aranoa, 2010), pasando por la oscarizada "Regreso a Bountiful" (Peter Masterson, 1985) o el descarnado neorrealismo de "Umberto D." (Vittorio de Sica, 1952), hasta esa obra de arte minimalista titulada "La ventana" (Carlos Sorín, 2008) o la coproducción hispano - argentina "Elsa y Fred" (Marcos Carnevale, 2005), protagonizada al alimón por China Zorrilla y nuestro entrañable Manuel Alexandre, recientemente desaparecido a los 92 años de edad.
China Zorrilla y Manuel Alexandre son "Elsa y Fred"
Comenzaba esta entrada haciendo referencia a un escrito de George J. Agich, médico y profesor especializado en Bioética.
Se trata del autor de un preclaro ensayo que intenta plantear ciertas cuestiones elementales sobre la ética del envejecimiento que entiendo contestadas de forma tal vez involuntaria, pero con demostrada solvencia, en "La balada de Narayama" (Shôhei Imamura, 1983).
Vayamos por partes. La contemplación del abandono de un anciano nos provoca un sentimiento de pena y una inmensa sensación de repulsa. Esta situación inaceptable aparentemente entraría en colisión con la historia que Imamura expone delante de nuestra mirada.
En una sociedad contemporánea, donde se rinde culto a la juventud, a la salud y a la independencia, ¿resultaría admisible desentendernos de nuestros mayores? Si por los avances sanitarios nuestra sociedad cada vez está más envejecida, si además la actual crisis económica mundial ha servido para despertarnos de aquel dulce sueño de los recursos ilimitados, ¿terminarán siendo los ancianos, los débiles y los desfavorecidos los más perjudicados?
Se trata del autor de un preclaro ensayo que intenta plantear ciertas cuestiones elementales sobre la ética del envejecimiento que entiendo contestadas de forma tal vez involuntaria, pero con demostrada solvencia, en "La balada de Narayama" (Shôhei Imamura, 1983).
Vayamos por partes. La contemplación del abandono de un anciano nos provoca un sentimiento de pena y una inmensa sensación de repulsa. Esta situación inaceptable aparentemente entraría en colisión con la historia que Imamura expone delante de nuestra mirada.
En una sociedad contemporánea, donde se rinde culto a la juventud, a la salud y a la independencia, ¿resultaría admisible desentendernos de nuestros mayores? Si por los avances sanitarios nuestra sociedad cada vez está más envejecida, si además la actual crisis económica mundial ha servido para despertarnos de aquel dulce sueño de los recursos ilimitados, ¿terminarán siendo los ancianos, los débiles y los desfavorecidos los más perjudicados?
Como siempre, el cine no ha podido eludir el reto de la realidad, aunque esta vez no sea en el presente sino en ulteriores tiempos más pesimistas. "Aufstand der Alter" (Jörg Lühdorff, 2007), una serie televisiva alemana cuyo título podríamos traducir como "La rebelión de los ancianos", plantea bajo el formato de un falso documental la revuelta de los ciudadanos mayores en el año 2030 ante las condiciones infrahumanas que les toca vivir. ¿Ciencia - ficción?...
En "La balada de Narayama", a modo de un portentoso haiku repleto de lirismo y belleza, el influyente cineasta nipón desarrolla la subsistencia de una familia rural en el Japón de la Era Meiji (1868 - 1912), donde el realismo y la brutalidad escandalizan nuestras conciencias de personas "civilizadas": el suicidio, el infanticidio (ese cadáver de un recién nacido abandonado sobre los campos de arroz helados), el asesinato, el bestialismo (el tarado que alivia su concupiscencia con una hermosa perra de la raza Akita Inu), el utilitarismo, la ley del talión... Imamura hace proliferar las escenas de animales copulando para recordarnos la frontera difusa que separa a aquellos desdichados humanos de las propias bestias...
El frío, la tempestad, la nieve, el deshielo, la suciedad, el viento, el hedor que puede llegar a desprender el cuerpo humano, en contraposición al aroma de las flores o al dulzor que desprende el arroz recién hervido, y la fatigosa ascensión hasta el improvisado osario de la montaña, abandonan la pantalla para estremecernos, si cabe aún más, como espectadores del esta sensacional obra de arte cinematográfico.
¿Acaso podría alguien evitar el sobrecogimiento ante la despiadada escena en la que un hombre empuja a su anciano padre por un despeñadero?
El frío, la tempestad, la nieve, el deshielo, la suciedad, el viento, el hedor que puede llegar a desprender el cuerpo humano, en contraposición al aroma de las flores o al dulzor que desprende el arroz recién hervido, y la fatigosa ascensión hasta el improvisado osario de la montaña, abandonan la pantalla para estremecernos, si cabe aún más, como espectadores del esta sensacional obra de arte cinematográfico.
¿Acaso podría alguien evitar el sobrecogimiento ante la despiadada escena en la que un hombre empuja a su anciano padre por un despeñadero?
Orin (Sumiko Sakamoto) y Tatshuei (Ken Ogata)
La protagonista es Orin (Sumiko Sakamoto). La fecha de su 70º aniversario se aproxima y ella, encorvada por el trabajo y por el peso de los años, comienza a plantearse su último viaje al monte Narayama para completar su ciclo vital. Ancestrales costumbres imponen a un varón de la familia llevar al anciano que cumple 70 años hasta las inhóspitas cumbres para abandonarlo allí a su suerte. Cuestión de supervivencia. Como el vender o matar a los hijos varones cuando ya existen en la familia un primogénito y un benjamín.
Encorvada por unas más que probables osteoporosis y artrosis vertebrales, a pesar de su edad Orin disfruta de una vida saludable. Trabaja en el campo y capitanea las labores domésticas, y todavía posee una dentadura en buen estado que le permite alimentarse sin problemas. En una conmovedora escena veremos como ella misma se rompe varios dientes golpeándose contra una piedra, para acelerar su discapacidad.
Su hijo mayor es Tatsuhei (Ken Ogata), patriarca familiar desde que su padre desapareció en el pasado, cargado para siempre con el estigma de la cobardía por no haberse atrevido a llevar hasta el Narayama a su madre. Tatsuhei ama y respeta profundamente a Orin. Sus sentimientos se debaten entre el afecto hacia la venerable anciana y la ira contenida por tenerse que responsabilizar de la inhumana tarea del cruel abandono.
¿Por qué una sociedad debe deshacerse de uno de sus individuos que todavía goza de autonomía propia? ¿Acaso Orin, a pesar de sus limitaciones e inmersa en el fragor de sus tareas cotidianas, no lleva la mejor vida posible? He aquí una de las primeras controversias presentes en el film de Imamura.
Shôhei Imamura
Contra la opinión popular "La balada de Narayama" no es una obra original de Shôhei Imamura. El guión está basado en la novela original de Shihirô Fukazawa (1914 - 1987), que recopilaba relatos y canciones del folclore popular japonés. Existe una versión homónima de 1958, dirigida por Keisuke Kinoshita, protagonizada por la prolífica actriz japonesa Kinuyo Tanaka en el papel de Orin.
A finales de los años 50, el director Keisuke Kinoshita se esforzó en llevar a la gran pantalla el descarnado lirismo de la primera novela del controvertido escritor japonés, en una cinta extraordinaria y sorprendente, considerada por los críticos especializados una obra de arte única que va mucho más del ámbito estrictamente cinematográfico.
Estaríamos hablando de un film concebido como una obra de teatro que respeta los esquemas más puros del Usubate japonés, mientras la banda sonora acompaña con las notas hipnóticas y tradicionales del koto los constantes cambios de ritmo de la acción y los estados de ánimo de los protagonistas, francamente magistrales, desde la anciana Orin (Kinuyo Tanaka), pasando por su primogénito Tatsuhei (Teiji Takahashi), hasta el anciano Mata-yan (Seiji Miyaguchi, actor de reparto habitual en la filmografía del maestro Kurosawa).
La dirección artística y fotográfica, a cargo de Chiyoo Umeda e Hiroshi Kusuda respectivamente, contribuyeron al éxito de esta película merecidamente galardonada a nivel nacional e internacional.
Estaríamos hablando de un film concebido como una obra de teatro que respeta los esquemas más puros del Usubate japonés, mientras la banda sonora acompaña con las notas hipnóticas y tradicionales del koto los constantes cambios de ritmo de la acción y los estados de ánimo de los protagonistas, francamente magistrales, desde la anciana Orin (Kinuyo Tanaka), pasando por su primogénito Tatsuhei (Teiji Takahashi), hasta el anciano Mata-yan (Seiji Miyaguchi, actor de reparto habitual en la filmografía del maestro Kurosawa).
La dirección artística y fotográfica, a cargo de Chiyoo Umeda e Hiroshi Kusuda respectivamente, contribuyeron al éxito de esta película merecidamente galardonada a nivel nacional e internacional.
EL PAPEL SOCIAL DE LOS ANCIANOS
El filósofo Daniel Callahan (The Hastings Center - Nueva York), reconocida autoridad en Bioética, ha argumentado sobre la función positiva de los ancianos en la sociedad, especialmente a la hora de transmitir a las generaciones más jóvenes sus experiencias vitales y sus preciados valores. Este positivismo levaría implícito, sobre todo para los mayores de 85 años, la disposición a aceptar la muerte como algo apropiado. En otras palabras, los ancianos estarían obligados a participar en la función social de dejar sitio para la siguiente generación. En el ámbito laboral, esto ya viene ocurriendo con la jubilación. Según Callahan, podría ser injusto apoyar y exigir el empleo de tecnologías e investigaciones destinadas a prolongar la vida a los muy ancianos. La controversia queda servida.
El filósofo Daniel Callahan (The Hastings Center - Nueva York), reconocida autoridad en Bioética, ha argumentado sobre la función positiva de los ancianos en la sociedad, especialmente a la hora de transmitir a las generaciones más jóvenes sus experiencias vitales y sus preciados valores. Este positivismo levaría implícito, sobre todo para los mayores de 85 años, la disposición a aceptar la muerte como algo apropiado. En otras palabras, los ancianos estarían obligados a participar en la función social de dejar sitio para la siguiente generación. En el ámbito laboral, esto ya viene ocurriendo con la jubilación. Según Callahan, podría ser injusto apoyar y exigir el empleo de tecnologías e investigaciones destinadas a prolongar la vida a los muy ancianos. La controversia queda servida.
En contraposición a estas ideas, culturas no occidentales no solamente valoran la vejez, sino que además la honran y veneran. Todavía está fresco y reciente el descubrimiento en Atapuerca de los restos fósiles de un Homo antecessor senil y minusválido, supuestamente cuidado por el resto de la comunidad hasta el final de sus días.
¿Dónde establecerían los lindes para renunciar a la vida? Callahan propone los 85 años (por cierto, ¡él tiene en la actualidad 80!). Simplemente recordar aquí que la esperanza actual de vida de las mujeres en Galicia y en España roza casi ya esa edad... En "La balada de Narayama" el límite son los 70 años, tal vez una cifra nada desdeñable considerando las condiciones sanitarias y sociales del Japón rural en aquellos tiempos...
CINEFILIA
CINEFILIA
En la película "La fuga de Logan" (Michael Anderson, 1976), que posteriormente generaría una exitosa serie televisiva, la frontera estaba en los 30 años; sin embargo, en la novela original de William F. Nolan y George Clayton Johnson inspiradora del guión cinematográfico la obligación de extinción se situaba en los ¡21 años!.
La anciana Orin tuvo suerte: el día que ascendió al Narayama para completar su existencia, comenzó a nevar...
Finalizamos estas reflexiones tal y como comenzamos, con una cita de George J. Argich:
"la injusticia más evidente relacionada con la vejez en nuestra sociedad, una injusticia que los meros cambios en la política social no erradicarán con facilidad, es que no logra valorar a los ancianos por lo que son, personas ancianas. Se trata de personas que han sobrevivido y vivido épocas pasadas. Si no somos capaces de apreciar esta simple verdad, nuestra sociedad seguirá sin resolver las cuestiones éticas relacionadas con la senectud".
5 comentarios:
esta película me la contó una profesora, no me acordaba el nombre
Estimado Ivan Ignacio: esta es una película para ver, dura de contemplar pero que disfrutarás con toda seguridad... no vale que te la cuenten. Muchas gracias por tu amable comentario.
La he visto y ahora tengo que hacer un trabajo para Antropología. Me ha encantado tu post. Enhorabuena.
"Los viajeros del atardecer" (Ugo Tognazi, 1979)
Evidente sincronía con uno de los clásicos de este estilo, la novela de William F. Nolan y George Clayton Johnson La fuga de Logan (Logan’s Run, 1967), la cual para aquel entonces había sido llevada tanto a la pequeña como a la gran pantalla.
https://cerebrin.wordpress.com/2010/12/13/los-viajeros-del-atardecer/
"¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!" (Make Room! Make Room!, 1966), de Harry Harrison, o más bien a su célebre y libérrima adaptación cinematográfica, "Cuando el destino nos alcance" (Soylent Green, 1973) de Richard Fleischer.
Lunes, 9 de agosto de 1999. El siglo está en sus postrimerías. Nueva York posee una población de 35 millones de seres humanos. Viven hacinados en las casas, en los cementerios de coches que en otro tiempo fueron aparcamientos, en los viejos barcos anclados a orillas del Hudson, en los depósitos militares cerrados hace tiempo... y algunos ni siquiera tienen un techo donde guarecerse y viven simplemente en las calles. El petróleo se ha agotado, los vegetales se están agotando, la carne es un artículo de súper lujo, la gente vive a base de galletas y sucedáneos extraídos del mar, el agua está racionada, y cualquier accidente puede romper este precario equilibrio. Y en Nueva York vive el policía Andrew Rusch, cuyo trabajo es investigar los crímenes que se producen diariamente en la ciudad, pero también cargar contra las muchedumbres que simplemente piden comida y agua.
Peor en ese miserable mundo, que puede ser el nuestro dentro de muy pocos años, en el que todo escasea excepto la necesidad, ni siquiera la policía tiene efectivos suficientes para llevar a cabo su trabajo.
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