- Un nuevo paseo cinematográfico por las amplias avenidas (en este caso bulevares) de la salud y de la enfermedad. Una sutil mirada a las contrapuestas caras de esa moneda que llamamos VIDA, una inapreciable pieza metálica que, lanzada al aire una y otra vez, hará mudar sucesivamente nuestro rictus desde una alegre sinfonía a un requiem de dolor.
- Esta película de Leos Carax (acrónimo de "Alex Oscar" Dupont- Suresnes, 1960) continúa siendo maldita a medida que pasan los años. Para los críticos, constituye el inicio del declive de la prometedora trayectoria de este realizador francés, del que todos vaticinaban su éxito como adalid del posmodernismo cinematográfico europeo por sus dos anteriores obras: "Chico conoce chica" (1984) y "Mala Sangre" (1986). Curiosamente, existe una escena en la primera de ellas en la que el protagonista cruza el Pont-Neuf mientras unos amantes se reconcilian sobre el fondo musical de "When I live my dream", del camaleónico David Bowie. Resulta también llamativo que al igual que su admirado poeta Arthur Rimbaud, Carax obtuvo el reconocimiento artístico de manera temprana, para después terminar languideciendo lentamente. Es lo que Gerard Casau tan acertadamente denominó en "Contrapicado.net" como "la potencialidad destructiva del cine".
De ninguna manera me llevaría esta película a una isla desierta. Su parcial vacuidad argumental apenas transmite sentimientos positivos. Como ejemplo de lo dicho, especialmente indecorosa resulta la escena en la que Michèle (en una discretísima interpretación de Juliette Binoche) cuenta un burdo chiste sobre sexo a su compañero de aventuras. La risa de ambos es tan artificial que se convierte en un insulto al buen hacer cinematográfico. Pero, sobre todo, me disgusta profundamente su empalagoso final feliz. La visión feliz de los dos amantes (ella ya curada de su trastorno visual) sobre un barcaza como la que en su día ensalzó en "L´Atalante" (1934) el genial Jean Vigo, no resulta para nada creible ni aceptable, después de supuestamente haber visto sufrir tanto a los protagonistas (sobre todo a Alex - Denis Lavant, para mí, de lo mejor del film, el clochard parisino cautivo del alcohol y los sedantes) durante todo el desarrollo argumental. Pero existen otros elementos positivos que han contribuído al indulto y a su presencia en esta selección cineterapéutica.
- El inicio de la película, con el mendigo borracho tambaleándose por el medio del Boulevard Sebastopol mientras la cámara viaja a bordo de un coche a toda velocidad, nos reportaciertos flashes, imágenes fugaces que se convertirán en el heraldo de la tragedia. Atropellado, inconsciente, autolesionado y completamente ebrio, Alex es recogido por los servicios sociales municipales para trasladarlo a un albergue nocturno, en Nanterre. Pasajero de una nave de los locos, medio ahogado por el hedor y la aspiración de sus propios vómitos, la deteriorada y brutal imagen del vagabundo rasurado al cero nos traslada a la visión más sórdida y desamparada de la miseria humana.
- La reconstrucción del Pont-Neuf y de su entorno en los alrededores de Lansargues, un pueblo de la Camarga francesa. La producción de esta película se enfrentó a tantas dificultades que se tardaron varios años y se gastaron muchos millones de francos (¡el proyecto más caro del cine francés hasta el día de hoy!) en realizar un film que en su proyecto inicial pretendía ser casi minimalista. De noche, el letrero luminoso de La Samaritaine extiende sus reflejos sobre el Sena, el puente y los amantes. Una mención de honor para la dirección de fotografía (magistral Jean-Yves Escoffier), especialmente concedida por las escenas donde la magia del fuego entra en juego: Alex, el frustrado volatinero, que escupe llamaradas en su circo callejero, o Alex el pirómano, que incendia los carteles que reclaman a su amada en uno de los pasadizos del Metro.
- La sonata para violonchelo op. 8 de Zoltan Khodaly, interpretada por Chrichan Larson. Sobrecogedora y hermosa, al igual que la música de Arvo Pärt.
- La "atípica" historia de amor entre dos borrachos, un vagabundo sin esperanzas y una pintora que padece una ceguera progresiva. En esta película, Carax quería construir una pequeña obra de cámara con su personalísimo canto al amor. Sin embargo, le salió una tragicomedia sobre el "amor fou". Y además, pagó por ello un elevado tributo, pues Juliette Binoche y él rompieron como pareja una vez se rodó la película. Sostiene el crítico colombiano Mauricio Durán Castro en su artículo "Amores al final del milenio", que el amor redime toda miseria humana física, social o espiritual. Y para defender su tesis se apoya en otros tantos peculiares modernos romances cinematográficos europeos: el de un obrero y una joven que se prostituye por su amor en "Contra viento y marea" ("Breaking the Waves", Lars Von Trier, 1996) o el de una mujer enferma y un artista que la acompaña en su lento final en "La vida de bohemia" ("La Vie de Boheme", Aki Kaurismaki, 1992). Personalmente, y sin salir de Francia, yo prefiero los amores sublimados en "Betty Blue" ("37º2 Le Matin", Jean-Jacques Beineix, 1986) o en "El último tango en París" (Bernardo Bertolucci, 1973). Como en "Romeo y Julieta", ninguna de las dos termina bien.
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