"El mundo le quita demasiado a demasiada gente, Tessa. Pero tú no."
Justin Quayle (Ralph Fiennes) a su esposa Tessa (Rachel Welsz)
Desde su estreno, "El jardinero fiel" (Fernando Meirelles, 2005), ha sido reconocida por su fuerza cinematográfica y su valentía al denunciar una de las formas más sutiles y devastadoras del neocolonialismo contemporáneo: la explotación del sufrimiento de los países del Sur global por parte de las grandes corporaciones farmacéuticas.
Su análisis resulta muy recomendable tanto para los profesionales de la salud como para el público en general, pues constituye un excelente ejemplo de cómo el cine se convierte en vehículo de denuncia, conciencia y transformación social.
Basada en la novela homónima de John le Carré, publicada en 2001, la película trasciende el género del thriller político para convertirse en una profunda alegoría sobre la injusticia global, la indiferencia internacional y las consecuencias de poner el lucro por encima de la vida.
El cineasta y productor brasileño fue elegido para dirigir esta coproducción internacional entre Reino Unido, Alemania y Sudáfrica por varias razones clave, que combinan su particular estilo cinematográfico, su sensibilidad social y su experiencia previa sobre temas relacionados con la política y la desigualdad.
Su nombre saltó a la palestra internacional por "Ciudad de Dios" (2002, una película cruda, visualmente impactante y socialmente comprometida sobre las favelas de Río de Janeiro.
La capacidad de Meirelles para representar con realismo y energía visual contextos sociales marginales llamó la atención de productores y estudios que buscaban un enfoque similar para un film que sería financiado por entidades públicas y privadas, incluyendo la BBC Films, habitual patrocinado der proyectos con contenido social crítico, en este caso ambientado en Kenia y centrado en las prácticas de la industria farmacéutica en África.
Los productores, en particular Simon Channing Williams y el guionista Jeffrey Caine (adaptando la novela de John le Carré), buscaban un director que no solo pudiera manejar el thriller político, sino también dotar a la historia de profundidad humana y una mirada crítica hacia el neocolonialismo, la explotación y la injusticia global.
Fernando Meirelles (1955)
Meirelles había demostrado ser capaz de abordar temas complejos con sensibilidad y sin caer en el sensacionalismo, empleando un estilo cinematográfico marcado por el uso personal de la cámara en mano, un montaje ágil y un tratamiento de las imágenes que mezcla a la par dinamismo y autenticidad. De ahí la huida del retrato exótico africano y su sustitución como un espacio vivo, contradictorio y políticamente complejo.
Tal vez por sus orígenes brasileños, Fernando Meirelles pudo consiguió aportar la óptica especial del Sur global, distanciándose de las tradicionales visiones europeas y estadounidenses.
Adicionalmente, Meirelles declaró en diferentes entrevistas su profunda conexión con la historia narrada en la novela y sus implicaciones éticas, especialmente a la hora de reflejar cómo los intereses económicos y políticos de las frandes corporaciones podían provocar devastadoras consecuencias en las poblaciones más vulnerables.
UNA HISTORIA DE AMOR
El Lago Turkana, en el norte de Kenia, es un lugar determinante para estudiar los orígenes de la vida humana y su evolución, debido a los hallazgos de fósiles de homínidos en sus alrededores, como el conocido "Niño de Turkana" y otros restos pertenecientes al Homo ergaster.
En esa ambientación da comienzo esta película, con el asesinato de Tessa Quayle (Rachel Weisz), joven activista a favor de los derechos humanos, junto a la misteriosa desaparición del Dr. Arnold Bluhm (Hubert Koundé), el pertinaz médico africano que la acompañaba.
Será entonces cuando su esposo, Justin Quayle (Ralph Fiennes), un diplomático británico aficionado a la jardinería de escaso compromiso político, iniciará una investigación que lo llevará no sólo a descubrir una despiadada conspiración internacional, sino también la verdadera identidad de su esposa, a la que apenas estaba empezando a conocer.
Ralph Fiennes y Rachel Weisz son Justin y Tessa Quayle
Cumple destacar las notables interpretaciones de la pareja protagonista, labor que mereció para ella el Óscar a la mejor actriz de reparto, así como la magistral banda sonora del compositor Alberto Iglesias y el hipnótico tema "Kothbiro" de Ayub Ogada, engalanando una colección de imágenes y escenas que convierten al paisaje africano en un personaje más de la película, tan bello y hermoso como desgarrado y herido por las desigualdades, la corrupción y el saqueo internacional.
ENTRE LA FICCIÓN Y EL HORROR: EL CASO PFIZER
"El jardinero fiel" es una obra de ficción, pero su guion se inspira en hechos reales que superan cualquier fantasía. En 1996, durante una epidemia de meningitis en Kano (Nigeria), la farmacéutica Pfizer realizó ensayos clínicos con un antibiótico experimental llamado Trovan®(trovafloxacina).
Sin el consentimiento informado de las familias y en condiciones que violaban múltiples normas éticas internacionales, se administró el medicamento a más de un centenar de niños, con el trágico resultado de 11 muertes confirmadas, decenas de graves secuelas y cientos de denuncias por malformaciones.
Al verse enfrentada ante una demanda de 2000 millones de dólares por parte del gobierno nigeriano, en 2009 la multinacional optó por un acuerdo extrajudicial:75 millones de dólares, de los cuales 35 fueron destinados a indemnizar a las familias, 30 al Estado de Kano y 10 a cubrir los costos legales.
Parte de este proceso incluyó pruebas de ADN para limitar la cantidad de demandantes, un hecho que, por sí solo, revela el trato mercantilizado de las víctimas.
EL CASO TROVAL®
En 1996, en el transcurso de una epidemia de meningitis, Pfizer decidió llevar a cabo una serie de ensayos médicos con el antibiótico trovafloxacina en el estado nigeriano de Kano. Para ello, se administró este fármaco a un centenar de niños, mientras otro centenar fue tratado con ceftriaxona, el antibiótico de referencia, pero a dosis significativamente menores de las establecidas por la FDA, supuestamente intentando favorecer los resultados de la patente de la multinacional.
Como resultado de estos experimentos fallecieron 11 niños, de los cuales 5 habían sido tratados con Trovan® y 6 con ceftriaxiona. Otros casos sufrieron ceguera, sordera y ddiversos daños cerebrales, secuelas comunes de las meningitis, que no habían sido constatadas en pacientes tratados con torvafloxacina para otros tipos de infecciones.
La acusación de estos hechos no solamente partió de los familiares de los afectados y de los activistas. Juan Walterspiel, uno de los propios médicos de Pfizer, denunció públicamente la violación de los protocolos éticos durante los ensayos clínicos. Poco tiempo después fue despedido.
En documentos filtrados por WikiLeaks, incluso se llegó a mencionar cómo la diplomacia estadounidense presionó para limpiar la imagen de Pfizer en Nigeria, país considerado "mercado emergente estratégico" para sus productos.
Justin Quayle y el Dr. Lorbeer a la huida
El papel del culpable arrepentido está representado en esta película por el Dr. Lorbeer (Pete Postlethwaite), el médico alemán enfermo y agobiado por el remordimiento que trabajó en los ensayos clínicos del Dypraxa. A medida que estos se iban desarrollando, tomó conciencia de la gravedad y quiso denunciarlo. Por ello se vió condenado a vivir oculto por el miedo a las represalias que podría sufrir por su testimonio.
Lorbeer representa la conciencia ética que emerge a partir de un sistema corrupto. Su testimonio resulta clave para que el protagonista descubra la verdad sobre el asesinato de su esposa y la magnitud del abuso corporativo y el fraude diplomático.
EL PARALELISMO CON OTROS CASOS REALES
John le Carré se inspiró en hechos reales como el que ya hemos visto en Nigeria con el Trovan® de Pfizer, pero también con otros casos acontecidos en Egipto,Kenia, Zimbabwe y Sudáfrica, donde se han documentado otros ensayos médicos de estándares laxos que aprovechan los vacíos legales y las desigualdades estructurales.
Existe una crítica generalizada a lo que algunos expertos denominan dumping ético, que consiste en trasladar a los países pobres aquellos ensayos clínicos que jamás serían permitidos en los países ricos y desarrollados.
La externalización de los ensayos clínicos es una tendencia consolidada. Según medios de información especializados empresas como por ejemplo Merck realizan el 50 % de sus ensayos clínicos fuera de Estados Unidos, y a principios del siglo XXI se estimaba que el 70 % de los estudios de Wyeth se llevarían a cabo en países del Sur Global.
Esta tendencia respondería a una doble lógica:
por un lado, el costo significativamente menor de operar en estos contextos,
por otro, la disponibilidad de una población empobrecida, necesitada de atención médica, confiada en la autoridad médica, y por tanto fácilmente reclutable como sujetos experimentales.
Tampoco debemos obviar que la resistencia occidental a participar en ensayos clínicos (solo 1 de cada 20 estadounidenses accede a formar parte de ellos) y la estigmatización pública de los sujetos de prueba como “conejillos de indias” ha empujado a las farmacéuticas a trasladar la experimentación a contextos donde la necesidad y la precariedad impiden cuestionamientos éticos.
De esta manera se consolida un sistema de innovación biomédica global profundamente desigual.
La tesis central que esta cinta apenas insinúa y que debería constituir el núcleo de un debate ético más amplio, ers que el acceso a tratamientos seguros en el Norte Global depende del sufrimiento, la explotación y en muchos casos, de la muerte de los habitantes del Sur.
DYPRAXA Y TROVAN®, Y VICEVERSA
En la película, la empresa KDH –versión ficcional de Pfizer– realiza pruebas del medicamento Dypraxa, destinado al tratamiento de la tuberculosis multirresistente.
A pesar de los graves efectos secundarios, la farmacéutica, con el respaldo del gobierno británico y la complicidad de organizaciones locales, representadas en la película por el Dr. Joshua Ngaba (John Sibi-Okumu), un alto cargo del Ministerio de Salud de Kenia, oculta los datos y continúa las pruebas.
Tessa descubre esta conspiración, y por su empeño en denunciarla es asesinada. La figura de Tessa representa una ética comprometida, radicalmente opuesta a la lógica burocrática y tibia que encarna su esposo al inicio del film.
Su muerte transforma a Justin, que pasa de ser un diplomático flemático y anodino a un hombre dispuesto a sacrificarlo todo en busca de justicia. Así, el jardín que cultivaba se convierte en metáfora de una conciencia que florece tardíamente, en un terreno regado por el dolor.
KHD y THREE BEES LABORATORIES
KDH es una empresa subsidiaria asociada con Three Bees Laboratories, utilizada para desarrolla y distribuir el medicamento experimental Dypraxa, destinado al tratamiento de la tuberculosis y experimentado ilegalmente en pacientes keniatas pobres sin las más mínimas garantías éticas.
Cuando se empiezan a detectar los efectos secundarios graves y los fallecimientos de los pacientes, la empresa decide ocultar los resultados y continuar adelante con los ensayos, manipulando los informes médicos y recurriendo a sobornos y presiones políticas.
Tessa Quayle y el Dr. Arnold Bluhm investigan precisamente aKDH y Three Bees, descubriendo cómo ambas empresas están implicadas en unacadena de corrupcióncon el apoyo defuncionarios del Foreign Office británico.
Tessa Quayle (Rachel Welsz) en las calles de Nairobi
Ladenuncia pública que Tessa intenta sacar a la luz(y por la cual termina asesinada) menciona explícitamente los vínculos entreKDH,Three Beesyautoridades locales keniatas.
En este film, KDH representa la ladimensión industrial y comercialdel problema, pues es la parte visible de un complejo entramado empresarial que operadesde la sombra, con total impunidad en contextos de pobreza extrema.
Su papel resulta clave para mostrar cómo las farmacéuticas globales utilizanempresas pantallao subsidiarias paradistanciarse legalmentede actividades éticamente cuestionables.
La compañía farmacéutica ficticiaThree Bees Laboratoriessimboliza a lasgrandes multinacionales farmacéuticasque operan con prácticas cuestionables en países del Sur global, especialmente en África.
Aunque no se basa en una empresa real concreta, su perfil recoge casos documentados de:
Pruebas clínicas sin consentimiento informado.
Uso de pacientes pobres como “conejillos de indias”para medicamentos no aprobados.
Ocultación de efectos secundarios graves.
Complicidad de autoridades locales y diplomáticos extranjeros.
Tim Donohue (Donald Sumpter) es unejecutivo de alto nivel de la farmacéutica Three Bees Laboratories, uno de losresponsables directos del encubrimientode los efectos adversos del medicamento. Representa el cinismo y la impunidad corporativa en su forma más directa, el rostro ejecutivo del poder farmacéutico industrial que subordina la ética a sus intereses comerciales.
Donald Sumpter es el cínico Tim Donohue
Este ejecutivo participa en lasdecisiones estratégicas de la compañíapara continuar las pruebas en Kenia, a pesar de las muertes y complicaciones detectadas.
Encarna la deshumanización empresarial: la pérdida de vidas africanas se consideran daños colaterales de los beneficios esperados en los mercados occidentales.
Por si todo esto no fuera suficiente, Donahue desempeña un papel activo en laconspiraciónpara silenciar cualquier denuncia, incluyendo el asesinato de Tessa Quayle y el acoso al Dr. Bluhm.
En todo caso, diversos estudios revelan que el consentimiento informado —pilar de la ética en investigación clínica— se encuentra gravemente erosionado en estos contextos.
Un ejemplo paradigmático fue una investigación en Tailandia donde, de 33 participantes que firmaron formularios de consentimiento para una vacuna experimental contra el VIH, 30 creían erróneamente que la vacuna los protegería del virus, cuando en realidad no tenía eficacia demostrada.
Como concluyó un investigador en una encuesta promovida por la Comisión Nacional de Bioética de EE.UU., “el consentimiento informado es una broma”.
NEOCOLONIALISMO INSTITUCIONAL Y CAPITALISMO GLOBAL
En este aspecto, uno de los personajes más controvertidos de este película es Sandy Woodrow (Danny Huston, hijo del mítico actor y director John Huston), destacado funcionario del Alto Comisionado Británico en Nairobi (Kenia) y superior jerárquico del protagonista.
El descubrimiento de las relaciones íntimas mantenidas con Tessa, a cambio de información privilegiada sobre el complot farmacéutico y político, genera una tensión emocional adicional y un drama importante en el desarrollo de la historia.
Ralph Fiennes y Danny Huston como Justin Quayle y Sammy Woodrow
Sandy Woodrow representa la cara más cínica del cuerpo diplomático británico, cómplice por omisión y conveniencia de los abusos de la multinacional farmacéutica. Por su parte, no sólo traiciona a su amigo de manera personal, sino que en lo profesional encubre información reservada y colabora descaradamente con los intereses corporativos.
Sandy no es un villano plano. Anclado en el cinismo, cuando prioriza la estabilidad institucional y la relaciones comerciales por encima de los derechos humanos, permanecerá relegado a la denominada zona gris moral: por su conducta, su ambición y su intereses corporativos que le convierten en un participante necesario en el desenlace del drama.
Pero no será el único protagonista de este neocolonialismo encubierto, que trata a los países africanos como territorios pendientes de explotar, y a sus gobiernos, meros títeres que se manipulan desde descaradas posiciones de privilegio.
Hubert Koundé es el Dr. Arnold Bluhm
En este film están representados por Sir Bernard Pellegrin (Bill Nighy), figura del aparato diplomático británico de alto nivel, con poder sobre las embajadas y misiones en el extranjero, ejemplo veraz del neocolonialismo institucional. Su discurso cínico y pausado es el de la más descarada y pura realpolitik, priorizando la estabilidad diplomática y comercial frente a los derechos humanos
Comodamente posicionado en la cúpula del poder estatal, es el vínculo entre la política exterior y los intereses económicos, y asimismo el encubridor de las prácticas ilegales de la farmacéutica Three Bees en África.
Gerald McSorley es Sir Kenneth Curtis
A su lado se sitúa Sir Kenneth Curtis (Gerard McSorley), CEO o alto ejecutivo de la farmacéutica ficiticia Three Bees Laboratories, representante del poder económico corporativo global y del capitalismo transnacional sin rostro, cuyas decisiones afectan decisivamente la salud y la enfermedad, la vida y la muerte, de las poblaciones más vulnerables, con el consentimiento y apoyo de políticos y diplomáticos como Sir Bernard Pellegrin.
Ambos personajes representan el tándem del poder: Estado y empresa son cómplices en el mantenimiento de una red de intereses que opera en detrimento de las poblaciones africanas.
BIOÉTICA Y BIOPODER: EL VALOR DE UNA VIDA AFRICANA
La película y el caso real que la inspira cuestionan duramente la ética de la industria farmacéutica en su dimensión global. El uso de poblaciones pobres como "material experimental" evoca una forma de biopoder neocolonial: cuerpos que son gestionados, sacrificados y desechados en nombre del progreso médico.
¿Habría sido posible realizar estas pruebas en Londres, Nueva York o Berlín?
En África, donde la falta de regulación, la debilidad institucional y la pobreza extrema se combinan, las grandes farmacéuticas encuentran un "laboratorio humano" barato y prescindible.
Así, el cuerpo del Otro –pobre, racializado, invisible– se convierte en una mercancía más dentro de la lógica capitalista.
COLOFÓN: UNA LLAMADA DE ATENCIÓN NECESARIA
"El jardinero fiel" no es solo una historia de amor y redención, ni un simple thriller político. Es cine para pensar y actuar, una denuncia incómoda sobre la nueva cara del colonialismo, la privatización de la salud y la cosificación del ser humano en nombre del beneficio económico.
En un mundo donde las grandes farmacéuticas operan con impunidad y gobiernos ceden ante el chantaje corporativo, esta película nos obliga a preguntarnos: ¿cuánto vale una vida? ¿Quién decide qué vidas importan?
También debemos reconocer la deuda moral del progreso terapéutico. Asumir esta verdad incómoda implica abandonar el mito del desarrollo biomédico como proceso puramente tecnocientífico y reconocerlo como fenómeno social y político.
Solo así podremos avanzar hacia una distribución equitativa de los riesgos y beneficios que entraña la producción de conocimiento médico.
Contemplar nuevamente esta película hoy, veinte años después del escándalo de Kano y tras la pandemia global, sigue siendo un acto profundamente político. Porque como nos recuerda Tessa con su muerte, hay verdades que solo pueden florecer cuando alguien se atreve a sembrarlas.