Elmar Wepper y Aya Irizuki protagonizan "Cerezos en flor"
"Yo no naka wa
sakura no hana ni
nari ni keri"
"En torno nuestro
son flores de cerezo
el mundo entero"
RYOOKAN. Los 99 jaikus
Comenzar una reseña etiquetando la película en cuestión tal vez pudiera espantar la curiosidad de sus potenciales lectores. Vamos a arriesgarnos. "Cerezos en flor" (Doris Dörrie, 2008) me ha parecido una excelente película, desigual, con altibajos, pero ciertamente válida y sugerente. Recomendable, minimalista, intimista, entrañable, sensible sin caer en la cursilería, donde la dirección de fotografía (a cargo del refinado Hanno Lentz), intentando abarcar en un número limitado de fotogramas toda la belleza posible del mundo (como propone el maestro Ryookan en su jaiku), dilató innecesariamente este film. Pero aquí radica el oficio del autor a la hora de construir su obra y la libertad del espectador para disfrutar de ella.
Además de sus méritos cinematográficos, que en mi modesta opinión son muchos y per se justificarían su visualización, esta película destaca por un particular abordaje de varias cuestiones referentes a la enfermedad terminal, pero esta vez contempladas desde el punto de vista del que se queda entre nosotros y no desde el del que se va, como ocurría, por ejemplo, en "Camino" (Javier Fesser, 2008).
RudiAngermeier (magistral interpretación a cargo del Elmar Wepper, popular estrella televisiva alemana)trabaja como jefe de gestión de residuos en Weilheim, una pequeña urbe en el sur de Baviera. Le queda un año para jubilarse. Desde su casa, en las afueras de la ciudad, puede contemplar los prados color azafrán, preñados de caléndulas, los bosques de abedules azulados y las cumbres nevadas de los Alpes fronterizos con Austria. Padece una grave enfermedad que en poco tiempo acabará con su vida. Él no lo sabe, pues los síntomas de alerta todavía no han surgido, pero su esposa Trudi (Hannelore Elsner) es plenamente consciente de la situación.
Suponemos que se trata de un cáncer con metástasis óseas, pues en las primeras escenas observamos cómo los médicos informan a la mujer del fatal pronóstico a partir de las imágenes de una gammagrafía ósea.
La sofisiticada Hannelore Elsner se transforma en Trudi
Trudi y Rudi son inseparables. Ella siempre ha deseado viajar con su esposo al Japón. Anhela contemplar juntos la floración de los cerezos y la majestuosidad del Monte Fuji. Vive fascinada por la cultura del país del Sol Naciente, en especial por el Butoh, una original expresión artística que aúna danza y teatro. Por si fuera poco su hijo Karl (Maximiliam Brüchner) trabaja desde hace unos años en Tokio. En su mente comienza a fraguarse una aventura, un viaje definitivo de la pareja, para disfrutar en compañía del breve tiempo que les queda de vida.
Primero propone a su marido viajar a Japón pero, ante la negativa de éste, prepara cuidadosamente el equipaje para dirigirse a Berlin, donde viven sus hijos Klaus (Felix Eitner) y Karolin (Birgit Minichmayr). Mientras dura la visita de sus padres ambos hijos se muestran muy ocupados, Klaus atendiendo sus obligaciones políticas a la par que a su esposa Emma (Floriane Daniel) y a sus dos pequeños Robert (Robert Döhlert) y Celine (Celine Tanneberger), y la compulsiva Karolin, inmersa en un romántico idilio con su novia Franzi (Nadia Uhl). Los silencios son manejados a la perfección por la directora de esta película para mostrarnos la incomunicación existente entre los Angermeier, que parecen no ser capaces siquiera de sacarse una foto familiar.
Toda esta petrificada situación se me antoja un sentido homenaje por parte de Dörrie al clásico "Tokyo Story" (Yasujiro Ozu, 1953).
Pero tal vez el único momento de felicidad para Trudi se presente cuando ella consigue asistir a una representación de danza Butoh, a cargo del afamado artista japonés Tadashi Endo. Para no seguir incordiando, el matrimonio decide continuar su viaje rumbo al norte, hacia las playas alemanas de Ostsee, bañadas por el Mar Báltico.
Aquí se produce el primer vuelco expectacular de la película. El súbito fallecimiento de Trudi deja sumido a su esposo en la más profunda tristeza. Tras el funeral de su amada esposa, en una escena de claras reminiscencias nuevamente de "Tokyo Story", el viudo Rudi permanece en soledad con su pena, con la única compañía temporal de Franzi, la novia de Karolin.
A partir de aquí, podíamos considerar que comienza una segunda película. Incapaz de soportar el desamparo del nido vacío, Rudi porta su exigua maleta, su duelo patológico, y vuela hacia el lejano oriente. En Tokyo ha de adaptarse a una nueva cultura, a una megalopolis, a un hijo esclavo de su trabajo como contable, a un minúsculo e incómodo apartamento. Contemplando al occidental extraviado en ese gran sudoku conformado por las calles y edificios de Tokyo, podemos identificar ahora la influencia de otra gran película sobre la incomunicación, "Lost in traslation" (Sofia Coppola, 2003), comentada anteriormente en este mismo blog.
La existencia de Rudi transcurre pacífica y aburrida, ajeno a la grave enfermedad que silenciosamente va minando su salud. Paseando por un parque poblado de cerezos en flor descubre a Yu (Aya Iruzuki) una joven intérprete de Butho, "la danza de las sombras". Ella es huérfana y vive en la calle, en una improvisada tienda de campaña fabricada con diferentes capas de plástico. La vitalidad y el cariño de la muchacha se convierten en una especie de reencarnación del perdido amor de Trudi. Entonces, el viejo alemán, que tras su abrigo continua vistiendo las ropas de su difunta esposa, y la frágil adolescente japonesa, un personaje de culto para la posteridad, ciertamente una moderna Gelsomina (Giulietta Masina) de "La Strada" (Federico Fellini, 1954), parten en tren hacia el Monte Fuji, para admirar toda su majestuosidad y belleza.
Y entre aquellos agrestes paisajes, la muerte vendrá a buscar a Rudi, al fin y al cabo otra efímera mosca más. Yu sufrirá una segunda orfandad, arropada tan solo por el viento que mece los pliegues de su bello kimono floreado.
"Al Fuji subes
despacio - pero subes
caracolito"
Kobayashi Issa (1763 - 1827)
Una breve anécdota para cinéfilos y excépticos con la teoría del cambio climático. En todas las escenas de "Cerezos en flor" el Monte Fuji se nos muestra coronado con una espesa y generosa capa de nieve... y al parecer, esta película fue filmada durante la primavera del año 2007...
"AN APPLE A DAY KEEPS THE DOCTOR AWAY"...
O lo que es lo mismo: "una manzana al día, vida sana y alegría"... Ese es el dicho tradicional que Rudi convierte en su emblema. Pero realmente ¿qué beneficios nos aportaría la ingesta habitual de esta bíblica fruta, escogida por la serpiente para tentar a Eva?
Se consideran varias razones: la vitamina C que refuerza el sistema inmunitario, los flavonoides que previenen las enfermedades cardiovasculares, su bajo poder calórico que la convierten en un gran tentempié, la supuesta protección frente a determinados tipos de cáncer (como los de próstata, mama y colon - beneficio sin embargo no conseguido por el protagonista de este film...), la prevención de las caries, dado el poder bactericida del jugo de manzana, los llamados fitonutrientes, protectores frente a la degeneración neuronal típica de algunas demencias (por ejemplo Alzheimer y Parkinson), la menor incidencia de problemas respiratorios (incluyendo asma) entre aquellos que consumen 5 ó más piezas semanales y la amplia variedad de sabores y colores de este nutritivo fruto.
Además de la fugacidad de la flor del cerezo, otra metáfora sobre la brevedad de la vida es puesta por Doris Dörrie en boca de Trudi con el recitado de "La mosca efímera":
"¡Detente!
¿Qué vas a hacer? ¿asesinarla?
¿Sabes lo que haces, ingrato?
Solo se le ha concedido un día,
un día de penas y de alegrías.
Deja que viva, deja que vuele
hasta que caiga ya vencida.
Un día es su cielo,
su paraiso es un vuelo"
Y es que resulta de que en Tokio parece no haber moscas. En la campiña alemana sí.
Para completar estas notas, añadimos la crítica de Luis F. Romero Calero en "Blog de Cine" a propósito de la proyección de "Cerezos en Flor" en la Seminci del 2008. Puede consultarse en:
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