sábado, 26 de septiembre de 2009

EL NADADOR


Desde el primer momento en que la vi, confieso mi devoción por "El nadador" (Frank Perry, 1968). Amicus usque ad aras por esta polémica película, covertida en la actualidad en verdadero objeto de culto.

¿Qué razones justifican tanta predilección? En primer lugar, la singularidad de su argumento. El guión de Eleanor Perry (esposa del director) está basado en un relato original del escritor norteamericano John Cheever, publicado en su día por la prestigiosa revista "New Yorker". Por cierto, el escritor realiza un cameo en la escena de un party a pie de piscina en el film.


John Cheever (1912 - 1982)



En segundo lugar, la imponente presencia de Burt Lancaster interpretando el extraño papel protagonista de Ned Merrill, un hombre maduro que decide cruzar su condado atravesando a nado hasta alcanzar su hogar todas las piscinas (públicas y privadas) que va encontrando en su camino. Cuando se filmó esta película, Lancaster contaba con 52 años de edad (durante el verano de 1966, aunque el estreno se pospuso hasta 1968).

Los 185 cm de cuerpo atlético y magro, labrados en su juventud a fuerza de gimnasio y acrobacias circenses, realmente todavía impresionan al espectador actual. Parece ser que para mejorar esa envidiable forma física, antes de rodar muchas escenas de esta película, el actor de Nueva York hubo de someterse a varias sesiones de flexiones, kárate y a un estricto programa de ejercicios aeróbicos destinado a fortalecer su musculatura. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que Lancaster luce el mismo palmito que 9 años antes en "De aquí a la eternidad" (Fred Zinnemann, 1953), cuando encarnó al rocoso sargento Milton Warden.

Burt Lancaster en "El nadador"

Burt Lancaster besando apasionadamente a Deborah Kerr en "De aquí a la eternidad"



En tercer lugar, la ambientación en los bosques de Connecticut, los mismos en los que se ocultaba de la mirada del mundo el escurridizo escritor J.D. Salinger, repletos de infinitas tonalidades de verde, con un tratamiento de la luz que magnifica las hojas de los árboles, la diáfana claridad del agua de las piscinas y el azul de un cielo casi siempre radiante. Hasta los charcos de los caminos me parecieron hermosos. Mención especial para David L. Quaid, el director de fotografía de esta película.

Y para completar tamaña admiración, destacamos también la peculiar banda sonora del compositor Marvin Hamlisch.


En clave de crítica solitaria, percibimos cierta discontinuidad en la narración cinematográfica, tal vez fruto de la accidentada dirección y producción de Frank Perry, que no llegó a concluir el film, y de Sydney Pollack, conduciendo personalmente varias escenas.


Pero, ¿por qué hemos decidido incluir el comentario de esta película en este blog?. Sencillamente, además de por las razones sentimentales, estéticas y cinematográficas, porque pudiera reflejar una patología psiquiátrica conocida como trastorno disociativo.


Según los expertos, la disociación es un mecanismo psicológico de defensa, que permite separar del conocimiento consciente ciertas ideas, sentimientos, incluso la identidad y la memoria, sin que todo esto pueda recuperarse o experimentarse voluntariamente.


http://www.msd.es/publicaciones/mmerck_hogar/seccion_07/seccion_07_090.html



LA AMNESIA DISOCIATIVA


Comprendida dentro del grupo de los trastornos disociativos, se caracteriza por la incapacidad de recuperar información personal primordial, generalmente de características traumáticas o estresantes. Esta pérdida de memoria puede ser autobiográfica, siendo el individuo que la padece incapaz de saber quién es realmente y qué cosas ha realizado en su trayectoria vital. A pesar de todo, este déficit mnésico sigue influyendo en la vida del individuo.

Dichas lagunas de la memoria pueden abarcar desde unos segundos hasta varios días, incluso años o toda la vida. La amnesia suele ocurrir tras un episodio dramático (una catástrofe, un accidente, la pérdida de un ser querido o la ruina financiera). Precisamente el quebranto de su vida familiar y económica se intuyen como los desencadenantes del extravío parcial de los recuerdos del infortunado Ned Merrill.



NADANDO POR EL RIO LUCINDA...



Ned Merrill, un vigoroso hombre de mediana edad irrumpe en la casa de unos amigos. Tras hacer unos largos en la piscina de aguas cristalinas, sus anfitriones se muestran intrigados sobre lo que ha sido de su vida y de la de su familia durante el periodo estival. Alegre y satisfecho, Ned proclama a los cuatro vientos su bienestar y su felicidad.

Tras recordar con un antiguo colega de juventud los buenos ratos que pasaban nadando en el río, a Ned se le ocurre una extravagante idea: cruzar todo el condado hasta su hogar, zambulléndose en las piscinas que encuentre a su paso. De esta manera, todas ellas se transformarán en un continuo acuático, en el imaginario Río Lucinda, bautizado así por Merrill en honor de su propia esposa.

A medida que van desfilando los personajes (vecinos, amigos, amantes, rivales..) la película se convierte en una crítica despiadada al modus vivendi de las clases pudientes americanas, denostadas incluso por el escritor John Cheever en sus relatos, más preocupadas en la ostentación, emborrachándose en sofisticadas fiestas y en la adquisión de los últimos modelos en filtros para piscinas o en máquinas cortacésped para sus pulcros jardines.

Destacaríamos aquí la labor desempeñada por la bella Janet Landgard en el papel de la niñera Julie Ann Hooper, encargada de transportar a Merrill a los dorados tiempos del pasado.



Burt Lancaster y Janet Landgard:
"tu vientre, un montón de trigo, de lirios rodeado..."
(El Cantar de los Cantares)

El final de la película será revelador. Después de multitud de visicitudes, el kafkiano Ned Merrill se enfrenta a la dura realidad. Aterido bajo una pertinaz lluvia que despide el verano, aporrea la puerta de su antiguo hogar, abandonado, vacío, en ruinas, sin rastro alguno de la que un día fue su familia (su mujer y sus hijas, intuídas pero nunca vistas en este film). Instantes verdaderamente impresionantes y dramáticos.

Un trauma de tal calibre ¿le serviría a nuestro protagonista para recuperar la memoria extraviada? Se admiten sugerencias...

domingo, 13 de septiembre de 2009

LA PESTE



"Estamos todos en el corredor de la muerte... esperando el perdón"
- Cottard a Marine Rambert

"Soy médico; la enfermedad es mi enemigo natural...; hay un poco de la peste en todos nosotros..."

- El Dr. Rieux a Tarrou


Hace tiempo que la peste se convirtió en un filón para las taquillas cinematográficas. En este mismo blog hemos dedicado varios espacios a la presencia y tratamiento de esta enfermedad en las pantallas de cine.

"La peste" (Luis Puenzo, 1992) se basa en la novela homónima de Albert Camus, convertida hoy en día en todo un clásico de la literatura universal. No debe confundirse con "El año de la peste" (Felipe Cazals, 1975), la película mejicana que contó en su guión con la inestimable colaboración de Gabriel García Márquez, ni tampoco con "El retrato de la peste" (Lucila de las Heras, 2009), un reciente corto de animación.




En una habitación sombría, un hombre se debate entre la vida y la muerte sobre un camastro. Un médico, el Dr. Bernard Rieux (William Hurt) le presta auxilio. El enfermo, febril y confuso, le pregunta si él también escucha el sonido de la peste. Una voz en off (¿la del médico - cronista, la de la memoria colectiva?) nos advierte de que la peste no es una manera moderna de morir.

El director Luis Puenzo se permite una primera licencia: traslada la ciudad de Orán, perteneciente a la Argelia colonial francesa cuando Albert Camus escribió su novela, a un escenario ficticio del cono sur latinoamericano. No en vano los exteriores fueron filmados en el barrio porteño de La Boca, en Buenos Aires.

NOTA: en alguna escena podemos observar imágenes del estadio Alberto J. Armando, más popularmente conocido como La Bombonera, cancha y bastión del Club Atlético Boca Juniors. En el film, el estadio se transforma en una especie de campo de aislamiento, donde los infectados sospechosos han de someterse a cuarentena.

Un segundo problema al que se hubo de enfrentar el realizador de esta película es la dificultad de adaptación a las pantallas cinematográficas de una obra de profundas raíces filosóficas (aunque embalada en forma de relato de ficción). La camusiana teoría del absurdo y el existencialismo se encuentran imbricados en la trama del guión y de la acción.

Las calles están revueltas, repletas de manifestantes. Las masas corean sus consignas y reivindicaciones. Un taxi conducido por el cínico Cottard (interpretado aquí por el difunto y polifacético actor Raul Julia), traslada hacia el aeropuerto a una pareja de periodistas de la TV francesa: Martine Rambert (Sandrine Bonnaire) y Jean Tarrou (Jean-Marc Barr).



En la terminal se encuentran con el Dr. Rieux que acompaña a su esposa enferma, Alice Rieux (Victoria Tennant); ella ha de viajar obligatoriamente a la capital francesa para completar las pruebas diagnósticas que permitan tratar adecuadamente su padecimiento. Nadie se imagina que ese vuelo será el último que parta de Orán, pues desde entonces permanecerá aislada tras declararse allí una epidemia de peste. Los periodistas franceses tampoco consiguen plaza para retornar a París y deberán regresar a una ciudad a punto de entrar en cuarentena.

Las ratas han comenzado a invadir los edificios. La radio informa que la presencia de estos roedores ha sido detectada incluso en el Departamento de Salud Pública de Orán. Una escena nos muestra a una enorme rata negra treparando y mordiendo en una pierna a Martine en el ascensor de su hotel.

El ciclo patológico de la peste bubónica que conecta a la rata negra (Rattus rattus), con sus pulgas infectadas por la Yersinia pestis y con el ser humano ha sido ya tratado en epígrafes anteriores de este mismo blog, por lo cual no vamos a extendernos en esta materia.

El Dr. Rieux y su colega del hospital el Dr. Castel (Norman Erlich) practican las primeras autopsias tratando de averiguar cuál es la causa de una plaga que las autoridades son reacias a reconocer. Ellos atribuyen los casos a la fiebre tifoidea. Simplemente recordar aquí que, a pesar de que el cuadro clínico de esta enfermedad presenta fiebre elevada, cefalea y estupor, no cursa con la afectación ganglionar típica de la peste bubónica, estando además causada por bacterias del género Salmonella (tiphy - bacilo de Eberth - o paratiphy).

La figura del médico investigador, sentado durante largas horas delante del microscopio en la procura de una evidencia sobre la enfermedad, y la del médico clínico, enfrentado cada día a una consulta repleta de pacientes, cuando no a la asistencia a pie de cama del propio enfermo, me trajo a la memoria los personajes del Dr. Anton Drager (una añorada estrella, Rock Hudson) y del Dr. Brits Jansen (Burl Ives), esta vez luchando contra la lepra en "Camino a la jungla" (Robert Mulligan, 1962).


El egoísmo y la deshumanización, la brutalidad y el totalitarismo, la fragilidad y lo absurdo de la vida, la vocación médica, la ineficacia burocrática, la ignorancia, la solidaridad, la pérdida de la fe en Dios, la irracionalidad provocada por el miedo a la enfermedad y a la muerte..., todas estas cuestiones podemos encontarlas simbolizadas en el film de Luis Puenzo.

Tal y como pudimos constatar cuando comentamos recientemente "El séptimo sello" (Ingmar Bergman, 1957), desde tiempos ancestrales, y siempre que el ser humano se ha sentido amenazado por una enfermedad catastróficamente mortal, ha corrido a buscar el amparo de la fe en sus templos e iglesias. En este sentido, todavía hay quien irónicamente sostiene que la mejor vacuna contra el ateísmo es volar en avión...

En "La peste" podemos ver unas escenas en las que el padre Penaloux (Norman Briski) aterroriza a sus feligreses desde el púlpito predicando sobre la conveniencia del arrepentimiento en esos momentos de tribulación y zozobra. Y lo hace mediante un episodio de la llamada "Leyenda dorada", amplia colección de hagiografías atribuída a Jacobo de la Vorágine, arzobispo de Génova a mediados del siglo XIII. Dos ángeles recorren el orbe. El ángel bueno señala y ordena al ángel malo que golpee las puertas de los hogares que indefectiblemente sufrirán la plaga de la peste... Y es que la bondad (la voluntad divina) nunca puede ser responsable directa de la calamidad...

Este mismo motivo fue utilizado en 1869 por el pintor neoclásico francés Jules-Elie Delaunay (¡no confundir con el maestro del abstracto Robert Delaunay!) en su cuadro "Peste en Roma", que puede contemplarse en el Museo de Orsay de París.


http://www.musee-orsay.fr/es/colecciones/obras-comentadas/pintura.html?no_cache=1&zoom=1&tx_damzoom_pi1%5BshowUid%5D=2272


Respecto al tratamiento de la enfermedad, pudiera llamarnos la atención cierta referencia al suero del Dr. Castel. Históricamente, el original de Albert Camus fue publicado en 1947, precisamente el año en el que se generalizó el uso terapéutico de la estreptomicina. Era el primer antibiótico del grupo de los aminoglucósidos, descubierto en 1942 - 1944, y empleado en el tratamiento de la peste junto a la gentamicina, doxiciclina y ciprofloxacino.

La peste bubónica, sin tratamiento, alcanza una mortalidad del 50 - 90% de los infectados. Si el tratamiento se instaura en las primeras 24 horas, la mortalidad desciende un 50%.

Una de las víctimas de la epidemia es Joseph Grand (Robert Duvall), empleado de la oficina de censo que colabora con el Dr. Rieux, más concretamente en las estadísticas de los entierros.



NOTAS PARA CINÉFILOS

San Roque, patrón de los apestados. En la película, mientras Rieux le cuenta a Tarrou cómo perdió a su hija, una procesión con imágenes de San Roque discurre lentamente a su lado por los muelles. En las escenas finales del film, ese fatídico recuerdo será de nuevo evocado por el médico cuando traslada en la ambulancia al pequeño Felipe (Bruno Chmelik), el niño cantor alumno de la madre y la esposa de Rieux.

No debe confundirse la imagen de San Roque con otra ciertamente popular de San Lázaro leproso, apoyado en unas muletas y también acompañado por un fiel can.

Estampa devocional de San Roque


En la laureada segunda entrega de "El Padrino" (Francis Ford Coppola, 1974) tiene lugar en Little Italy una procesión en honor a San Rocco (San Roque), en la que los devotos enganchan billetes al manto que cubre la talla del santo, así como en un mástil plantado delante de su refulgente capilla. Esta acción discurre paralela al seguimiento que Vito Corleone (Robert de Niro) hace de D. Fanucci (Gastone Moschin), capo local de la Mano Negra, por los tejados de la vecindad, justo antes de ajustarle las cuentas...

Como colofón, haciendo patria, mostramos una fotografía del dintel de la puerta que separa el atrio de la Iglesia de la Trinidad de su plaza homónima. Antiguamente constituía el marco de entrada de estilo renacentista del antiguo Hospital de San Roque (siglo XVI).


Por supuesto, estos monumentos están la hermosa ciudad de Ourense. Visítenla siempre que puedan... Merece la pena...

sábado, 22 de agosto de 2009

CUANDO UN HOMBRE AMA A UNA MUJER



Andy García y Meg Ryan protagonizan "Cuando un hombre ama a una mujer"


He tenido la oportunidad de ver esta película en la televisión en varias ocasiones. Dirigida por el mejicano Luis Mandoki en 1994 protagonizó entonces un gran éxito en taquilla; pero a medida que pasa el tiempo, cada vez me desilusiona más y me gusta menos. Y eso a pesar de haberse gestado basándose en una notas escritas por el mismísimo Orson Wells y de comenzar con una bella panorámica de la bahía de San Francisco, con el involvidable tema de Percy Sledge que presta su título a la cinta como fondo musical.



http://www.youtube.com/watch?v=vQh112HQsoE



Asistimos a la historia de amor protagonizada por el matrimonio Green: Alice (Meg Ryan) y Michael (Andy García). Desde las escenas iniciales, el director nos muestra a una protagonista que se emborracha con demasiada facilidad, alcanzando ese punto alegre y divertido, diríamos que hasta incluso gamberro y provocador. Reconocemos que las comparaciones son odiosas, pero resultan inevitables. La interpretación de esposa alcohólica desplegada por Meg Ryan en este film se me antoja ciertamente insuficiente al compararla con la veracidad y el dramatismo derrochados por Lee Remick como Kirsten Arnesen en "Días de vino y rosas" (Blake Edwards, 1962).


Meg Ryan transformada en la desmejorada Alice Green


En la actualidad, el modelo descriptivo basado en las diferentes tipologías de la enfermedad alcohólica ha sido superado. Pero de una manera gráfica y sencilla podríamos encuadrar el caso de Alice como uno más representativo del llamado alcoholismo del ama de casa. En su génesis y en su mantenimiento participan diversos elementos: soledad, vergüenza, frustración, depresión, autocompasión y baja autoestima... En ciertos momentos, ella llega a reprocharle a su marido, piloto de aviación civil, sus largas ausencias fuera del hogar familiar. El inicial encubrimiento del hábito se encuentra aquí también presente, pues la enferma esconde las botellas por las gavetas de los armarios lejos de las miradas de su propia familia.

En estas situaciones resulta ya un clásico la referencia al vodka como la bebida de elección, pues supuestamente su ingestión no deja rastros de hálito etílico. Un dato incierto, una leyenda urbana...

Andy García es el atormentado Michael Green


El remolino de borracheras en la que poco a poco se va sumergiendo Alice lleva a que la pareja tome una drástica decisión: ella deberá ingresar en una institución especializada en la desintoxicación y deshabituación etílicas. La separación conyugal temporal entre Alice y Michael y el sentimiento de desplazamiento que éste siente cuando visita a su esposa internada me trajeron a la memoria la frustración personal sufrida por el personaje de Grant Anderson (Gordon Pinsent) en "Lejos de ella" (Sarah Polley, 2006) cuando se ve obligado a ingresar a su esposa en una residencia para enfermos de demencia.

Esta cinta se revaloriza precisamente cuando hace hincapié en las consecuencias domésticas y en la desestructuración familiar provocadas por la enfermedad alcohólica. Y no sólo durante las semanas que Alice permanece ingresada, sino también después, cuando intenta integrarse de nuevo en la vida cotidiana hogareña. Las interpretaciones de Tina Majorino (Jessica), especialmente, y de la prolífica Mae Whytman (Casey) en el papel de las pequeñas hijas del matrimonio Green, contribuyen a realzar la veracidad del argumento. Entonces niñas, hoy en día guapas veinteañeras. Tempus fugit...

En casi todas las películas norteamericanas que tratan el problema del alcoholismo, Alcohólicos Anónimos está siempre presente, al tratarse de una hermandad muy potente y extendida tanto en los EEUU como en Canadá y en Méjico. En esta película existe una referencia a Al-Anon, la asociación de apoyo formada por los familiares de los alcohólicos que también se reunen periodicamente.

Destacamos también la modesta participación en esta cinta de una gran actriz (Ellen Burstyn) y de un serio actor (Philip Seymour Hoffman) cuyo respectivo buen hacer artístico ha sido comentado anteriormente en este mismo blog en "Requiem por un sueño" y "La familia Savage".

Para finalizar estas divagaciones, un postrero apunte melómano. Una intimista versión de "My Funny Valentine" adorna la escena en la que la pareja protagonista baila celebrando su 4º aniversario de bodas. Esta pieza musical hoy en día convertida en un estándar del jazz, originalmente fue compuesta por Richard Rodgers y Lorenz Hart para el musical "Babes in arms" (1937).

Sin lugar a dudas, mi versión favorita es la sentimentalmente desgarradora de Chet Baker:

http://www.youtube.com/watch?v=jvXywhJpOKs

lunes, 10 de agosto de 2009

EL SÉPTIMO SELLO



" - Voy a morir - profirió trabajosamente -. No me quejo de una suerte que comparto con las flores, con los insectos y con los astros. En un universo en donde todo pasa como un sueño, sentiría remordimientos de durar para siempre. No me quejo de que las cosas, los seres, los corazones sean perecederos, puesto que parte de su belleza se compone de esta desventura. Lo que me aflige es que sean únicos…"

"El último amor del príncipe Genghi". Cuentos Orientales. Marguerite Yourcenar






"Yo no concedo prórrogas... La mayor parte de los hombres no piensa ni en la muerte ni en la nada..."

La Muerte alecciona al caballero Bloch, en "El séptimo sello"




De vuelta al tiempo de las pandemias, querríamos haber sido capaces de publicar esta entrada el 17 de agosto, para celebrar el segundo cumpleaños de este blog. Pero más vale pronto que nunca...

Y para que dejemos de volar como descarriadas cometas baqueteadas por el viento, para que aterricemos tomando cumplida nota de nuestra mortalidad, de nuestra caducidad y finitud, exponemos aquí estas breves reflexiones sobre una enfermedad (en este caso, la peste) y la muerte. Y para ello nos apoyamos en una hermosa película, un clásico del 7º Arte como "El séptimo sello" (Ingmar Bergman, 1957).

¿Cómo olvidar la inquietante figura de La Muerte (Bengt Ekerot) erguida sobre la playa? Sobre la muerte ha escrito Héctor Abad Faciolinde en "El olvido que seremos": "hay una verdad trivial, pues no hay duda ni incertidumbre al decirla, que sin embargo es importante tener siempre presente: todos nos vamos a morir, el desenlace de todas las vidas es el mismo".

Asumiendo dicha premisa, lo verdaderamente terrible del hecho de morir radica en tamaña certidumbre, en ese irreversible discernimiento. Al alba de un anodino día de mediados del siglo XIV, sobre el fondo de un mar lechoso que baña una playa nórdica, abrupta, remota, pedregosa, un cruzado que regresa a casa toma consciencia de su propia caducidad. Su rostro enjuto parece reflejar todo el sufrimiento que sus ojos han visto y vivido en el asedio de Tierra Santa.

Históricamente, el caballero Antonius Bloch (una vez más formidable Max Von Sydow) y su escudero Jöns (Gunnar Björnstrand) podrían estar retornando a su Suecia natal derrotados tras combatir en la llamada Novena Cruzada, auspiciada por Eduardo de Inglaterra (futuro Eduardo I), y que concluyó con la pérdida definitiva de Jerusalén el 18 de mayo de 1291 a manos de los ejércitos infieles turcos y egipcios. Sin embargo, las fechas no cuadran demasiado, pues la peste negra irrumpió en Escandinavia entre los años 1349 y 1350.

En la película aparece un tal Raval (Bertil Anderberg), un clérigo renegado perteneciente al Seminario Teológico de Roskilde que había convencido al caballero Bloch para que se incorporase a la cruzada en penitencia por sus pecados. En tiempos de la peste, tras abandonar la fe, este desgraciado se había convertido en un lucrativo ladrón de cadáveres.

Sobre el pectoral del hábito que cubre la cota de malla del caballero podemos observar una Cruz de Malta, distintivo de la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta. Fueron precisamente miembros de esta orden militar, junto a caballeros teutónicos, templarios y a las tropas inglesas e italianas, los que infructuosamente trataron de evitar la caída final de Jerusalén.

La Muerte llevaba tiempo siguiendo los talones de Antonius Block, probablemente en forma de herida de guerra o de peste, enfermedad infecciosa que azotaba con violencia el mundo de la época. En este sentido, la partida de ajedrez simbólica que el caballero le propone a la parca sirve para dilatar un poco más su existencia y construye el argumento de este clásico de Bergman. Al sortear el color de las fichas, a la Muerte le corresponden las negras... como es lógico.






La espiritualidad cuasi ascética del caballero Bloch contrasta con la carnalidad mundana de su escudero Jöns en un símil que, si se me permite la licencia, me recordó a los inmortales personajes de Don Quijote y Sancho Panza de Miguel de Cervantes.


Y como si de modernos Ulises se tratase, en su retorno a casa el caballero y su escudero atraviesan diferentes situaciones y experiencias. En una humilde capilla, Jöns descubre a Albertus Pictur (Gunnar Olson), un pintor de iglesias que decora las paredes del templo con alegorías sobre la Danza de la Muerte, iconografía obsesivamente repetida hasta la saciedad a lo largo de toda la Edad Media, así como con macabras procesiones de penitentes reclamando la misericordia divina.

El peculiar artista le descubre al escudero las figuras de los apestados retratados en su mural: moribundos con bubones en el cuello, enfermos terminales vomitando, con el cuerpo contraído y los huesos dislocados por los terribles espasmos de su agonía...

Parece ser que el padre del propio Bergman aprovechaba las escenas de murales sobre el Juicio Final para inculcar el temor de Dios a sus feligreses, idea que el cineasta aprovechó para la gestación de esta película...

Fragmento de "La Danza de la Muerte" de Lübeck


Simplemente recordamos aquí que la peste bubónica o peste negra asoló Europa durante el siglo XIV; el agente causal de esta enfermedad fue la bacteria Yersinia pestis, contagiada por las pulgas que parasitan a las ratas negras o ratas de campo (Rattus rattus). Los bubones son ganglios infectados, inflamados y dolorosos, que pueden tumefactarse y necrosarse (de ahí su apelativo de peste negra). Estos enfermos padecen además un cuadro de fiebre con escalofríos, cefalea y afectación general que puede llevarles a la muerte. La misma bacteria puede originar cuadros de peste pulmonar o septicémica. Ante la resistencia natural que la Yersinia pestis presenta ante la penicilina, para el tratamiento de sus infecciones son útiles los antibióticos aminoglucósidos (estreptomicina y gentamicina), el cloranfenicol y las tetraciclinas, especialmente la doxiciclina.


Apestados con bubones en una iIustración de la Biblia de Toggenburg



Paralela a la historia de ambos discurre la de un grupo de comediantes: el avispado y soñador Joseph (Nils Poppe), su dócil esposa María (interpretada por una joven y hermosa Bibi Andersson) y el cínico Jonas (Erik Strandmark) , el seductor de Lisa (Inga Gill) - la esposa del herrero Plog (Âke Fridell), y que como director completa la simpática troupe.

Tal y como recoge Juan Miguel Company en su monografía sobre Bergman, el artista goza del privilegio de transfigurar la realidad: la capacidad exclusiva que tiene el caballero para ver y hablar con la Muerte, o el saltimbanqui Joseph que tiene continuas visiones y al que incluso se le llega a aparecer la mismísima Virgen María.

Mientras la epidemia va minando a la población, los titiriteros tratan de continuar con su existencia normal; crían a su retoño, el pequeño Miguel, y ofrecen actuaciones en las aldeas castigadas por la peste. Cuentan con duros competidores, pues la irrupción de una cofradía de penitentes autoflagelándose y cantando el tenebroso "Dies irae" del franciscano Tomás de Celano acaparará la atención de un público entonces mucho más susceptible al dolor y al miedo que a la comedia.

Haciéndose pasar por un fraile confesor, la Muerte engaña al caballero. Éste le revela su vacuidad interior, la búsqueda de garantías del más allá para asegurarse la salvación de su alma, la rabia contenida que le provoca no alcanzar a Dios mediante los propios sentidos, la necesidad de creer que sin embargo anhela como hombre que ha ido perdiendo la fe en Jesucristo: "yo quiero entender, no creer...; la fe es como un grave sufrimiento. Es como amar a alguien que está afuera, en las tinieblas, y que no se presenta por mucho que se le llame..."

Antonius Bloch no obtiene ninguna respuesta del Divino Hacedor. Se tropieza con una joven muchacha atada a un poste (Maud Hansson), que agoniza tras ser torturada bajo la acusación de brujería. En aquellos tiempos de tribulación la superchería popular achacaba al diablo todos los males de la humanidad, incluyendo la peste. El caballero interroga a aquella desdichada, por si acaso hubiera visto realmente al demonio. Solamente obtiene el silencio por respuesta: ni Dios, ni paraíso, ni infierno, ni diablo... El caballero seguirá enfrentándose a la incertidumbre de la nada absoluta que le podría estar aguardando tras su muerte. Hete aquí el pesado lastre del cristianismo que tantos admiradores y detractores atrae hacia la obra de Bergman (no en vano se dice que por algo era hijo de un capellán del rey de Suecia...)

Al respecto, y retomando una vez más el libro de Juan Miguel Company, leemos: "las películas de Bergman plantean el conflicto, de honda raíz sartriana, entre el ser y el existir. Reconocer el vacío de la conciencia individual es también plantearse el estallido hacia una exterioridad que nos requiere fatalmente, y con la que podemos establecer contacto mediante pulsiones de miedo, odio, amor..."

En nuestra humilde opinión, en "El séptimo sello" las pretensiones artísticas de Bergman pivotarían sobre el miedo (a la muerte, a lo desconocido, a la desaparición) y el amor (redentor de las vidas de los juglares Joseph, María y de su pequeño hijo).

La belleza escandinava de Bibi Andersson en todo su esplendor


UNAS BREVES NOTAS PARA CINÉFAGOS


1ª/ Por lo menos, el plus de vida que el caballero Bloch le arrancó a la Muerte le sirvió para disfrutar de un puñado de fresas silvestres y un cuenco de leche fresca, en la pacífica compañía de la familia de comediantes. Poco tiempo después, Ingmar Bergman estrenaría otro de sus clásicos, "Fresas salvajes", en cierta manera otro itinerario espiritual en busca del tiempo perdido...

2ª/ La muchacha (Gunnel Lindblom) que el escudero Jöns rescata de las garras del traidor Raval en la aldea de apestados, durante todo el film no pronuncia ni una sola palabra. Tan sólo al final, cuando la Muerte acude a llevarse al caballero y a todos los que le acompañan en su castillo alcanzará a murmurar aquella frase de Cristo crucificado en su postrer momento: "consumatum est"...

3ª/ En la escena final de la película, cuando Joseph tiene la visión de la Muerte danzando por el monte con todas sus víctimas, los actores protagonistas ya habían abandonado el rodaje. Para su realización, Bergman tuvo que echar mano de varios técnicos y de unos particulares extras, unos turistas que se encontraban en la zona. ¿Lo haría para abaratar costes?...


PARA LEER

  • "Ingmar Bergman". Juan Miguel Company. Ediciones Cátedra, Madrid, 1990, 2007.

sábado, 25 de julio de 2009

THE LIBERTINE



Johnny Depp es "El Libertino"



Gracias a la magia del cine, retrocedamos una vez más en el tiempo para viajar hasta el convulso reinado de Carlos II de Inglaterra (29 de mayo de 1660 - 6 de febrero de 1685). Con anterioridad, en esta misma bitácora ya habíamos trazado esta misma singladura cuando comentamos sobre la cinta "Restauración" (Michael Hoffman, 1995).

Carlos II de Inglaterra, "el alegre monarca"

Nos encontramos ante una película de tintes históricos dirigida por Laurence Dunmore en el año 2004, inspirada en la obra teatral homónima de Stephen Jeffreys (autor a su vez del guión de este film), donde se nos presentan las tribulaciones de John Wilmot (nuevamente colosal Johnny Depp), conde de Rochester, un genio literario osado, rebelde y libertino que disfrutó de la amistad y de las confidencias del rey Carlos II.

Como privilegiados espectadores asistimos a la especial relación de cariño y odio establecida entre el monarca y el aristócrata; éste último, cual endeble veleta a expensas del viento, tan pronto disfruta de los favores reales como cae súbitamente en desgracia debido a su locuacidad y a su insolencia ("odio a los monarcas, así como a los tronos que ocupan..."), viéndose de esta manera empujado a partir hacia el destierro, lejos de la corte. En cierto sentido, y salvando las diferencias, el personaje del licencioso conde nos recordó al del médico Robert Merivel (antes de su definitiva redención)..., que también alternó el aprecio y el desprecio del lascivo monarca británico.

Estamos en Londres en 1675, el año de fallecimiento del insigne médico Thomas Willis y la fecha que marcó el inicio de las obras de la Catedral de San Pablo, bajo las órdenes del arquitecto Christopher Wren. Se reconstruye una ciudad que había quedado diezmada y arrasada tras padecer sucesivamente la Gran Plaga de peste bubónica (1665- 1666) y el devastador Gran Incendio, a principios de septiembre de 1666.

La azarosa historia de John Wilmot es además la de un enfermo depresivo, alcohólico y sifilítico, uno más de la larguísima lista de personajes ilustres que padecieron esta enfermedad infecciosa: papas (Alejandro VI - el Papa Borgia), artistas (Beethoven), escritores (Baudelaire), políticos (Abraham Lincoln), gansters (Al Capone)...


John Malkovich como Carlos II de Inglaterra



En nuestra modesta opinión, la caracterización de Carlos II está más lograda en este film (John Malkovich, con una nariz postiza ciertamente cyraniana) que en "Restauración" (a pesar de contar allí con la presencia del correctísimo actor Sam Neill para el mismo papel).


El grano grueso de la película cinematográfica, el ambiente brumoso que impregna de cierto tono clorofílico el avejentado color de las imágenes, la impecable dirección artística, la riqueza del vestuario y de la exquisita puesta en escena, la iluminación de interiores proporcionada por cientos de cirios y velas, los poéticos diálogos teatrales, y el fiel retrato de las glorias y las miserias del siglo XVII aportan a este film toda su particular belleza.

Por supuesto, a todo ello hay que añadir la banda sonora del compositor Michael Nyman, especializado en recrear ambientes musicales de la época, como ya había demostrado anteriormente en "El contrato del dibujante" (Peter Greenaway - 1982).

Y como muestra de nuestra devoción, un pequeño regalo para los oídos. La hermosa pieza titulada "If", con el propio Nyman al piano y la aterciopelada voz de la contralto Hilary Summers:

http://www.youtube.com/watch?v=D_ga_3bzoDs&feature=related



Acompañan al conde de Rochester en sus correrías otros dos crápulas, aristócratas y dramaturgos que por si fuera poco existieron realmente; se trata de Sir George Etherege (Tom Holland) y de Sir Charles Sackville, conde de Dorset (el orondo Johnny Vegas). Alrededor de este trío de calaveras orbita como un satélite el joven Billy Downs (Rupert Friend), efebo hacia el que Rochester inclina sus tendencias homosexuales. De hecho, de la película original fue cortada una escena en la que Wilmot y Downs se besaban apasionadamente.


Las mujeres ocuparon un papel primordial en la disoluta existencia de John Wilmot; desde su abnegada y puritana madre, la Condesa de Rochester (Francesca Annis), empeñada en convertir a su hijo en un ciudadano temeroso de Dios, pasando por su sufrida esposa, Lady Elizabeth Malet (interpretada por la delicada Rosamund Pike), hasta sus queridas, la sempiterna Jane (la pelirroja Kelly Reilly), la prostituta que le acompañará hasta los últimos días de su existencia, y la orgullosa Lizzie Barry (Samantha Morton), actriz teatral y amante compartida con el rey, convertida en "el amor de lecho de muerte" que le haría sufrir lo indecible, incluso hasta hacerle perder la cabeza.


LA SÍFILIS




Observemos estos antiguos grabados esquemáticos que muestran los estragos y el tratamiento primitivo de la sífilis:

  • En el de la izquierda, atribuido a Durero (que también padeció la enfermedad) nos muestra las lesiones cutáneas tumorales de un paciente, las gomas sifilíticas. Durante mucho tiempo, las manifestaciones dermatológicas de la sífilis fueron confundidas con la lepra.
  • En el de la derecha aparece una leyenda mencionando el denominado "Mal de Venus", dudoso honor a favor de la diosa griega del amor como patrona de la enfermedad, así como la aplicación de medidas terapéuticas a unos pacientes a base de mercuriales (posiblemente una precursora tina de sudoración como las que empleaba el médico Jean Fernel). Ya en el siglo I de nuestra era, Dioscórides describía las propiedades cicatrizantes del cinabrio sobre pústulas y quemaduras. Si se calentaba este mineral sobre unas escudillas de hierro con tapas de arcilla, se podía obtener el Hydrargyros o "agua de plata" (mercurio), una sustancia líquida especialmente tóxica al ser ingerida.

Durante mucho tiempo, la sífilis también fue conocida como "la gran simuladora", debido a que en las fases iniciales de esta enfermedad (primaria y secundaria) podía facilmente ser confundida con otras patologías. El descubrimiento de los test diagnósticos serológicos puso el punto final a tantas confusiones.

En la película existe una escena en la que el propio Rochester se lleva la mano a un costado aquejado por un súbito dolor abdominal, que él achaca a la ingestión de algún alimento que está pudriéndose en sus tripas... Así se lo cuenta a su criado, un felón rescatado del arroyo y bizarramente apodado Allcock (Richard Coyle).


El matrimonio Rochester posando para un retrato familiar




El famoso retrato de John Wilmot, 2º conde de Rochester coronando con laurel a una pequeña mona, por Jacob Huysmans

Este pintor flamenco católico llegó a la corte inglesa durante la Restauración gracias al mecenazgo de la reina Catalina de Braganza, esposa del monarca inglés Carlos II. Existen dos versiones de esta obra:

  • La primera de ellas propiedad de Lord Brooke, se conservaba en el Castillo de Warwick, hasta que su propietario cambió de domicilio.
  • La segunda es una copia, actualmente expuesta en la National Portrait Gallery de Londres.

ALGUNAS PLANTAS MEDICINALES

En esta película existen unas escenas correspondientes a una representación teatral de "Hamlet" en el teatro de Betterton. Están protagonizadas por Lizzie Barry, en el papel de Ofelia, y recita unos versos del inmortal Shakespeare haciendo mención a unas hierbas medicinales; quizás de esta manera la actriz catalizara sus emociones sobre la muerte mientras se inspiraba en la figura, probablemente ya enferma, del pálido conde de Rochester, presente entre el público:

  • Hinojo: planta utilizada contra el catarro, el dolor de garganta, el asma, la bronquitis, las indigestiones, los cólicos (sobre todo en niños), como antiflatulento, y además favorece el aumento de leche en la lactancia.
  • Aguileña: utilizada en Inglaterra para tratar el ardor de boca y garganta, así como en forma de jarabe para curar las calenturas.
  • Ruda: útil en el tratamiento de la amenorrea, los espasmos gastrointestinales, las parasitosis, las varices y las hemorroides, para el tratamiento tópico del vitíligo y la leucodermia, como calmante para el dolor de oídos y para los dolores estomacales. Debe usarse con prudencia dada su toxicidad y está contraindicada durante el embarazo (puede inducir el aborto) y la lactancia materna.

UNA CURIOSA ANÉCDOTA

Lord Rochester labró definitivamente su propia desgracia tras insultar a su majestad con una representación teatral pornográfica y obscena. Mientras las bailarinas danzaban sobre el escenario, unas mujeres repartieron vistosos consoladores entre el público. En la realidad, del presupuesto de la película se gastaron 3672 libras esterlinas para pagar la confección de estos sofisticados instrumentos, tallados en madera como fieles reproducciones de los auténticos consoladores del siglo XVII.

Tras la funesta representación, el conde de Rochester se convertirá en un prófugo, respaldado únicamente por la compañía de su querido Billy Downs. Tras la muerte de éste en una reyerta callejera, el progresivo declive físico y moral de Rochester finalizará en su propio lecho de muerte. Acompañado por Jane y Allcock, disfrazado como un charlatán italiano, el falso Dr. Bendo, Wilmot se oculta en las ferias estafando al público con sus supuestas pócimas milagrosas.

Además de la pérdida del cabello, de las gomas que destrozan su piel y sus huesos, y de la erupción cutánea típica de una sífilis secundaria, el padecimiento de un cuadro de neurosífilis provoca en John Wilmot la aparición de pérdida de la visión y ceguera, dificultades para la deambulación e incontinencia urinaria. A estos estos síntomas hay que añadir la angustia provocada por el craving y la dependencia etílica.

COLOFON

Para finalizar, hete aquí una curiosidad poéticamente sifilítica; se trata de "Neosifilización", un poema del escritor mejicano Eduardo Poletti que se pasea por la historia y el tratamiento de esta enfermedad. Ingenioso y certero.

http://piel-l.org/blog/archives/3582


Por cierto, Laurence Dunmore dedicó esta película, entre otros, a Marlon Brando...; y dejando volar la imaginación, conviertiendo lo imposible en posible... ¡qué gran conde de Rochester hubiera representado Brando en su juventud!...