“Yo creo que los robots sexuales serán una bendición para la
sociedad. Hay millones de personas ahí afuera que, por una u otra
razón, no pueden establecer una buena relación.”
David Levy. “Amor y sexo con robots”
Artículo publicado: Abad Vila M. Amores mecánicos, coitos digitales y emociones de poliuretano. El cine, ¿augur evolutivo de la sexualidad humana durante el siglo XXI?.
Rev Med Cine [Internet] 2016;12(4): 217‐235.
Las relaciones afectivas y sexuales entre humanos y androides han rebasado el mero marco teórico para aproximarse progresivamente a la realidad.
Haremos un repaso cinematográfico que nos llevará desde "Tamaño natural" (Luis García Berlanga, 1974) hasta "Ex Machina" (Alex Garland, 2015), pasando por "Lars y una chica de verdad" (Craig Gillespie, 2007), "Air Doll" (Hirokazu Koreeda, 2009) y "Her" (Spike Jonze, 2013), explorando el complejo mundo de los sentimientos y las pasiones entre el hombre y sus creaciones artificiales.
Y es que en "Cherry 2000" (Steve De Jarnatt, 1987) Sam Treadwell (David Andrews), un acaudalado hombre de negocios, viaja hasta los confines de un mundo inhóspito buscando repuestos para reparar a su amada pareja (Pamela Gidley), una robot averiada de la serie Cherry 2000. Para ello tendrá la ayuda de E. Johnson (Melanie Griffith), una pelirroja de armas tomar, la mujer que terminará convirtiéndose en su nuevo amor.
Esta simplista comedia fantástica nos plantea una cuestión que el séptimo arte ha abordado en infinidad de ocasiones: la confluencia de las emociones (a través del amor) y la aproximación de los cuerpos (a través del sexo). Pero en esta oportunidad, ante la confusión de sentimientos del protagonista, la balanza se inclinará definitivamente a favor de la carne y los huesos.
El cine nos ofrece abundante material para forjar nuestra identidad, nuestra idea de lo que realmente somos como mujeres y hombres, nuestra percepción de lo que significa el amor o la sexualidad.
No obstante, las películas habitualmente evidencian específicamente el afecto y la sexualidad desde el enfoque subjetivo de la mirada masculina. Para Teresa López‐Pellisa, este orden hegemónico estructura nuestra manera de ver y el modo en que obtenemos el placer a través de la mirada.
En el mundo del celuloide dicha preeminencia ha sido predominantemente patriarcal. Y cuando nos referimos a mujeres facticias, artificiales, ginoides (robots femeninas programadas como esclavas sexuales) y muñecas estamos siendo redundantes, porque si consideramos a la mujer como un artefacto cultural construido bajo el discurso hegemónico masculino, todas sus derivaciones artificiales están doblemente afectadas por dicha subordinación patriarcal.
"La muñeca" (Ernst Lubitsch, 1919) de es la adaptación libre del relato fantástico "El hombre de arena" (E.T.A. Hoffmann, 1818), una película muda donde se aborda el amor de un hombre por una robot femenina. Cuando accidentalmente la muñeca se rompe, una bella joven será la encargada de reemplazarla para casarse con el protagonista.
En "Metrópolis" (Fritz Lang, 1927), uno de los hitos del expresionismo cinematográfico alemán, el cineasta nos presenta a un robot de características femeninas. Basada en la novela homónima de su esposa Thea von Harbou, al asignarle un sexo concreto a su fembot María (como en el caso de las muñecas de Lubitsch), Lang incorporó a su obra asuntos directamente relacionados con la sexualidad humana. Porque para entender nuestra dimensión emocional necesitamos asociarla indefectiblemente con nuestra sexualidad.
"La Eva Futura" (Auguste Villiers de L´Isle Adams 1838 ‐ 1889), el anticipo de María la “mujer eléctrica” de Metrópolis, es una novela que anticipa la superación del cuerpo por ondas corporales y entidades de emisión‐recepción, y por lo tanto una creación que vaticina la cibersexualidad y la cibercultura en general.
Quién sabe si el dramaturgo, periodista, crítico y poeta checo Karel Čapek (1890 ‐ 1938) pudo contemplar en alguna sala de proyección de la época la célebre producción de Fritz Lang. En 1920, influenciado por su hermano Josef, en su obra "R.U.R." (Robots Universales Rossum) acuñó por primera vez el término “robotnik”.
El cometido de estos androides fabricados a partir de una especie de protoplasma era servir obedientemente a la humanidad en cualquier tarea física (inclusive la finalidad militar). Esta historia no tiene un final feliz, pues la humanidad se vuelve estéril y los robots se sublevan sembrando la destrucción total. Tras el éxito inicial de la obra sobre los escenarios de Praga, Londres, París, Nueva York y Tokio, desde entonces la palabra “robot” ha servido para designar cualquier entidad artificial, virtual o mecánica que por su aspecto o movimientos demuestre la intención de tener un propósito particular. Popularmente es sinónimo de autómata y androide.
A pesar de los vertiginosos avances científicos y tecnológicos de nuestra época consumista posmoderna, el amor y las relaciones afectivas todavía albergan un anhelo de perpetuidad. Aunque las uniones de las parejas se nos antojen cada vez más frágiles, el deseo de unas relaciones amorosas estables continúa siendo una constante.
Debido al elevado valor concedido a su perennidad, en nuestro mundo contemporáneo el ideal del amor perdura como una aspiración colectiva. Porque tratamos de imponer dicha durabilidad en el reino de lo efímero, justo al contrario de lo que acontecía en el período más decadente de la cultura clásica, cuando la satisfacción amorosa no tropezaba con tantas dificultades. Entonces el amor perdió su valor y la vida se volvió vacía.
David Levy, uno de los principales valedores de las relaciones íntimas entre humanos y androides, entiende que en un futuro no muy lejano este tipo de vínculos terminarán por instaurarse dentro de la normalidad social precisamente porque existen (y existirán) demasiadas personas incapaces de establecer relaciones emocionales aceptables.
Para reflexionar sobre todas estas cuestiones vamos a apoyarnos principalmente en cinco películas que pivotan sobre el nexo existente entre los protagonistas (masculinos) y sus ginoides.
Este filón argumental fue descubierto hace décadas, si bien no se han prodigado demasiado los autores capaces de llevar a la gran pantalla las aventuras eróticas homosexuales de humanos con robots, ni tampoco los guiones en los que los amantes sean una mujer y un androide masculino.
Estas excepciones son contadas: el Ulysses (John Malkovic) de la indolente "Fabricando al hombre perfecto" (Susan Seidelman, 1987), el inclasificable Gigolo Joe (Jude Law) de "A.I. Inteligencia artificial" (Steven Spielberg, 2011), el complaciente robot dispuesto en todo momento a la satisfacción de los deseos femeninos, o los hubots de compañía Rick (Johannes Kuhnke) y Bo (Rennie Mirro) de la serie televisiva sueca "Real Humans/ Äkta människor" (2012).
Jude Law caracterizado como el robot Gigolo Joe
"A.I. Inteligencia artificial" (Steven Spielberg, 2011)
Tal vez ese afecto maternal que demostraba la pandillera Yolandi (Yolandi Visser) por el desconcertado androide policía de "Chappie" (Neill Blomkamp, 2015) pudiera amparar cierta sutil relación afectiva entre la humana y el robot.
La proliferación en el cine de sosias femeninas como meros objetos sexuales durante la segunda mitad del siglo XX podría corresponder a la única opción que le quedaba al universo masculino para controlar y manipular a las mujeres, inmersas en el vigor reivindicativo de los movimientos feministas, luchando contra su propia concepción como meros objetos de consumo. Ni siquiera el mismísimo Fellini pudo evitar que su libertino "Casanova" (Federico Fellini, 1976) vertiera parte de su fogosidad en una amante mecánica.
Nuestro periplo comienza por "Tamaño natural" (1973), dirigida por Luis García Berlanga, película que nos plantea las consecuencias de los amoríos entre un desencantado hombre maduro y una muñeca muy especial, una maniquí sexual. Nuestra siguiente elección es "Lars y una chica de verdad" (2007) de Craig Gillespie, las peripecias de un joven introvertido y tímido hasta la exasperación en la procura de una genuina relación con una muñeca sexual de sofisticado diseño. Continuaremos con "Air Doll" (2009) de Hirokazu Koreeda, puro lirismo cinematográfico japonés el de esta historia trastocada, la de una muñeca hinchable que cobra vida para enamorarse de un humano. La cuarta película es "Her" (2013) de Spike Jonze, donde el amor y el desengaño no necesitan materializarse en un robot, al desatarse la pasión del protagonista por un sistema operativo de inteligencia artificial engalanado con una sugerente voz femenina.
A modo de epílogo, las sofisticadas maquiféminas de la galardonada "Ex Machina" (2015) de Alex Garland, reúnen todas las condiciones de las heroínas artificiales de las anteriores películas, especialmente la astuta bella y enigmática Ava (Alicia Vikander) y la solícita Kyoko (Sonoya Mizuno), diseñadas para convertirse en las eternas y perfectas compañeras.
Para su ginoide oriental puede que Alex Garland se inspirara en Kyoko Date, la primera cantante virtual de la historia. Para darle “vida”, la compañía de entretenimiento HoriPro contrató en 1996 a Visual Science Laboratory (VSL), una de las principales empresas niponas de software especializada en gráficos de computación, que empleaba en sus trabajos imágenes generadas por ordenador y complejos sistemas de captura de movimientos (Full Motion Capture) tan habituales en los videojuegos.
Kyoko Date
Hemos dejado fuera de esta selección cintas de inferior calidad, como por ejemplo "La mujer explosiva" (John Hughes, 1985), pastiche ochentero en el que dos salidos adolescentes (Anthony Michael Hall e Ilan Mitchell‐Smith) engendran por ordenador a la mujer de sus sueños (la exuberante "Mujer de Rojo" ‐ Kelly LeBrock), o "Repo Men" (Miguel Sapochnik, 2010), la tormentosa relación entre dos cyborgs (criaturas compuestas por elementos orgánicos mejorados con dispositivos cibernéticos) recargados con múltiples prótesis y trasplantes biomecánicos, pero hombre (una vez más Jude Law) y mujer (Alice Braga) al fin y al cabo. Recordemos que el término cyborg fue acuñado en 1960 por Manfred E. Clynes y Nathan S. Kline para el programa de exploración espacial de la NASA.
¿SUEÑAN LOS HOMBRES CON MUÑECAS SEXUALES?
“Crear un ser artificial ha sido el sueño del hombre desde que apareció la ciencia… Yo propongo un robot que pueda amar”…
Profesor Hobby (William Hurt) en “A.I. Inteligencia Artificial” (Steven Spielberg 2001)
En "Sueñan los androides con ovejas eléctricas", la popular novela distópica de ciencia ficción firmada por Philip K. Dick (1968), los supervivientes de una devastadora guerra nuclear deben poseer animales artificiales para mantener su estatus social. Son éstos seres de composición biológica creados, reparados y atendidos por florecientes compañías comerciales. Para sustituir a su valiosa oveja original desaparecida a causa del tétanos, el protagonista ha de adquirir como mascota domestica un ejemplar eléctrico.
La libre adaptación de esta obra sirvió para construir la mítica "Blade Runner" (Ridley Scott, 1982), film de culto donde no resulta difícil intuir la fascinación que siente el detective Rick Deckard (Harrison Ford) por las replicantes Rachael (Sean Young), Zhora (Joanna Cassidy) y Pris (Daryl Hannah).
Fue precisamente Sherry Turkle, psicóloga clínica, socióloga y profesora del MIT (Massachusetts Institute of Technology) la que denominó “efecto Bladerunner” a un particular fenómeno interactivo generado entre humanos y máquinas, donde la preocupación por la inteligencia de estos artilugios pasa a ocupar un plano secundario. Esta investigadora sugirió que si “un ordenador te ha salvado la vida, una vez que te has enamorado de un ordenador, una vez que has tenido una relación con él, que la máquina pueda realmente pensar nos importa poco”.
Esta teoría data de finales del pasado siglo XX, cuando la antigua psicoanalista formada en París con Jacques Lacan, Michel Foucault y Roland Barthes se interesaba por las relaciones emocionales entre los niños y sus mascotas virtuales (Tamagotchi) o sus muñecos digitales animados (Furby) En ambos casos, en lugar de pretender entender cómo funcionaban dichos interfazes, los pequeños solamente se concentraban en la felicidad de sus amiguitos artificiales.
Por primera vez en la historia, a pesar de lo ocurrido anteriormente con las muñecas andadoras, habladoras, lloronas y meonas, los seres humanos se situaron frente a aparatos informáticos capaces de desencadenar respuestas emocionales que evocaban sentimientos afines y amistosos. Por cierto, la atracción por las muñecas todavía continúa vigente. Es el caso de las Look Thep o “ángeles infantiles”, de moda en Tailandia donde se comercializan como talismanes llegando a alcanzar su precio los 250 euros, o de las muñecas hiperrealistas de arcilla polímera creadas por el artista ruso Michael Zajkov, que causan auténtico furor entre los coleccionistas.
Transcurridos apenas 15 años, la misma autora de "Life on the screen" ya no se mostraba tan optimista. A su juicio, el uso compulsivo de sofisticados teléfonos, tabletas y ordenadores responde a la incapacidad de nosotros los humanos para soportar la soledad. Según la profesora Turkle la gente espera más amor de las máquinas que de las personas. Y todo ello porque resulta mucho más sencillo controlar con la punta de un dedo el amor, la amistad y el trabajo. Así, la complejidad de las relaciones cara a cara desaparece, de la misma manera que un animal artificial o virtual tampoco mancha con sus excrementos las esquinas de nuestros hogares.
Entre el autómata de "El Golem/ Der Golem, wie er in die Welt kam" (Carl Boese y Paul Wegener, 1920), hasta David (Haley Joel Osment) el atribulado hijo robot de A.I. Inteligencia Artificial, transcurre prácticamente toda la historia del cine, una auténtica demostración de cómo interacionan las emociones humanas con diferentes entes sintéticos, desde el tosco gigante de barro guardián del gueto de Praga hasta el pequeño androide que deseaba ganarse el amor de su madre (Frances O´Connor).
En su remake ciberpunk de las aventuras de "Pinocho" (Carlo Collodi, 1882) Spielberg no se limitó únicamente a un determinado tipo de relación afectiva. En A.I. Inteligencia Artificial concibió un mundo futuro habitado por humanos y androides. El problema no radicaba tanto en construir un robot capaz de amar, sino más bien en descubrir cómo un ser humano podría amar a un robot.
Haley Joel Osment es David en "A.I. Inteligencia Artificial" (Steven Spielberg, 2001)
Años más tarde, en "Dummy" (Matthew Thompson, 2008), el joven Jack (Thomas Grant) confiará todo su amor a una maniquí con la que pretende sustituir a la madre muerta, figura inerte sobre la que intentará proyectar sus afectos y sus emociones: ¿velada influencia la de "Psicosis" (Alfred Hitchcock, 1960)?
TAMAÑO NATURAL: FETICHISMO A GOGO
Esta película comparte dos elementos concurrentes con "El discreto encanto de la burguesía" (Luis Buñuel, 1972): la participación del laureado Jean‐Claude Carrière como coguionista y la presencia de Michel Piccoli, que si bien no desempeña un papel principal en la cinta de Buñuel, en esta ocasión se erige como el actor protagonista.
Para algunos críticos cinematográficos el guión escrito por Berlanga en cooperación con Rafael Azcona y el propio Carrière es indudablemente buñueliano.
Probablemente estemos ante una de las interpretaciones más cabales de la dilatada carrera profesional de Piccoli, encarnando esta vez al alter ego del otro cínico también llamado Michel, aquel libertino realizador televisivo de "La gran comilona" (Marco Ferreri, 1973).
El oscuro objeto del deseo de Michel se esconde en un enorme embalaje procedente de Japón. El acomodado dentista parisino se enamora perdidamente de una muñeca hinchable. Además de atesorar una lozana belleza inmune al paso del tiempo, su fetiche no habla, ni enferma, ni solicita continuamente la satisfacción de sus caprichos, en clara contraposición con Isabelle (Rada Rassimov), la desesperada esposa.
Pero a medida que el film avanza, la locura hace mella en un protagonista que incluso llega a escenificar su esperpéntica boda, grabando en video los momentos más relevantes de tan estrambótica relación. Una vez más, la fábula de Pigmalión y Galatea, con la unión y el casamiento bajo el rito de la diosa Venus, incluye el formato de la prostitución ritual: toda mujer antes de casarse debía consumar el rito de ofrenda sexual a la diosa yaciendo con un extranjero en su templo, bajo la estrecha vigilancia de las Propétides, atentas guardianas del ceremonial.
Pygmalion and Galatea - Lasarasu
Teniendo en consideración toda esta trama, "Tamaño natural" bien podría haberse titulado "Sexo, mentiras y cintas de video", nombre elegido 15 años más tarde por Steven Soderbergh para una de sus películas más características: "Sex, Lies, and Videotapes" (1989).
Las infidelidades surrealistas de la muñeca de poliuretano desencadenan un cuadro delirante que culmina con la simbólica inmolación del dentista y su tan desdichado fetiche, un final que nos recuerda al de "La Eva Futura" (Auguste Villiers de L´Isle Adams 1886), cuando Lord Ewald y su ginoide ideal perecen ahogados en el mar, o la dramática historia del pintor Oscar Kokoschka.
De 1922 data su "Autorretrato con muñeca", el resumen de su convivencia durante un año con un engendro encargado a Hermine Moos, entonces la mejor artesana de Berlín, con el que pretendía enjugar la pérdida de su amante, Alma Mahler; la enfermiza visión del artista y su muñeca paseando por las avenidas, asistiendo a la ópera, comiendo y durmiendo juntos, mientras una criada solícita le cambiaba diariamente la ropa confeccionada por los mejores modistos (el mismo proceder que seguía Ramón Gómez de la Serna con su costosa muñeca parisina de cera).
Pero, ¿es el Michel de "Tamaño natural" un fetichista? En los Manuales de Psiquiatría, el fetichismo ha sido encuadrado dentro de las parafilias, término que a su vez vino a reemplazar a expresiones más anticuadas y peyorativas: las desviaciones o perversiones sexuales. Tales connotaciones han dificultado la investigación y el tratamiento (si fuera necesario) de dichos comportamientos.
Una vez aclarada la terminología, entenderemos por fetichismo cualquier conducta que procure la excitación erótica, así como la facilitación o el orgasmo, mediante un objeto inanimado.
Dr. Martin P. Kafka
Algunos especialistas en psiquiatría como el Doctor Martin Kafka, profesor asociado de la Universidad de Harvard, y uno de los revisores del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM) de la Asociación Psiquiátrica de los Estados Unidos (APA), en el capítulo titulado Trastornos sexuales e identidad de género, defiende que muchas personas no cumplen los criterios necesarios para un diagnóstico de fetichismo asociado con estrés personal significativo o una incapacidad psicosexual.
Para el Doctor Kafka, los fetichismos como trastornos diagnosticables resultan una rareza clínica. Si dentro de una sexualidad normal, cada hombre y mujer son dueños de sus peculiaridades eróticas, ¿tendría algún sentido la consideración de sus preferencias sexuales como cuadros anormales y de dichos usuarios como trastornados mentales?.
Los expertos sí parecen estar de acuerdo al delimitar la delgada línea roja que separa lo normal de lo
patológico. El fetichismo sexual pierde su consideración
inofensiva si la excitación o la fantasía provocadas por
el fetiche resultan intensas, recurrentes y duran al
menos 6 meses. Con frecuencia, la actividad sexual consiste en la masturbación con el fetiche, pero también en
la incorporación del objeto al sexo en pareja.
En este
sentido, las escenas sexuales entre el humano y la
muñeca hinchable son profusas en "Tamaño natural" y
Michel resulta un fetichista de manual clínico: además
de excitarse y alcanzar el orgasmo con la maniquí inanimada, en sus relaciones incluye objetos inanimados
como bragas, medias de seda, ligas, zapatos, pelucas y
variedad de prendas de vestir, con las que contribuye a
enriquecer sus fantasías sexuales.
Luis García Berlanga (1921-2010)
En este aspecto, las
referencias cinéfilas de Berlanga pasan por breves alusiones a Marilyn Monroe (icono sexual por antonomasia), a la Lisa Minnelli de Cabaret (Bob Fosse, 1972) o
a la mismísima Marlene Dietrich cantando Lili Marlene.
Existe incluso una secuencia en la que un Michel Piccoli
travestido se coloca delante de la cámara de video en
una pose andrógina que oculta entre las piernas sus
genitales masculinos, acción repetida años más tarde
por el despiadado asesino Buffalo Bill (Ted Levine) en "El
silencio de los corderos" (Jonathan Demme, 1991).
Ted Levine en "El silencio de los corderos"
La lista de películas sobre fetiches es amplia: "La
rodilla de Claire" (Eric Rohmer, 1971), "Equus" (Sidney Lumet, 1977), "Pillow Book" (Peter Greenaway, 1996), la anteriormente mencionada "Sexo,
mentiras y cintas de video" (Steven Soderbergh, 1989) o la más reciente "Crash" (David Cronenberg, 1996).
Esta nómina podría ampliarse también con algunas películas más o menos bizarras, que indagan otras
dimensiones del sexo underground con muñecas hinchables, como la inclasificable "The Sex Doll She‐Bitch" (Jaison H. Costley, 2009) o la pornográfica "Sex Mannequin" (Maria Beatty, 2008), donde una maniquí cobra vida
para complacer apasionadamente a la protagonista en
un despliegue de gemidos, juegos lésbicos, bondage y
tacones imposibles.
La directora y guionista Valèrie Guignabodet es la
responsable de "Monique" (2002), una cinta que propone
una crónica comparable a la de "Tamaño natural", un
matrimonio embarrancado en una vida tediosa en cuyo
seno impera la incomunicación. Alex (Albert Dupontel)
es un afamado ex‐fotógrafo abandonado por su esposa
Claire (Marianne Denicourt). De la misma manera que
aquel veterano dentista, Alex se enamora de Monique,
una costosa impecable muñeca sexual. A partir de entonces, todas sus fantasías se harán realidad, pero tal decisión no solo tendrá repercusiones en su vida afectiva,
sino también en su entorno más cercano.
Existen otros filmes que si bien no hacen una referencia explícita al probable vínculo sexual entre el hombre y su muñeca, dejan claro y manifiesto que bien podrían encubrir determinadas emociones patológicas. Es el
caso del Señor de Andrada (Fernando Hilbecq) y su misteriosa dama en "Parranda" (Gonzalo Suárez, 1977), el
mismo personaje encarnado por Patxi Bisquert en la más
reciente "A Esmorga" (Ignacio Vilar, 2014).
La mayoría de los parafílicos suelen tener pocas
habilidades sociales y padecen problemas de insatisfacción o trastornos psicológicos. La mayor parte de las
parafilias patológicas descritas en la literatura científica
son masculinas. Quizás por ello, quizás el machismo que
le hemos estado recriminando al séptimo arte no lo sea
tanto, y se encuentre determinado por lo que verdadera‐
mente ocurre en la realidad.
En 1989, un estudio dirigido por John
DeLamater reveló que el cariño era el principal argumento que esgrimían por las mujeres al ser interrogadas sobre
los motivos que tenían en consideración a la hora de
mantener relaciones sexuales. Por su parte, los hombres se decantaron mayormente por la simple búsqueda del placer físico, aunque no existiera relación emocional alguna.
Tal vez por esta circunstancia los varones serán más propicios a la hora de interesarse por el sexo con
muñecas y robots.
Aunque fueron rodadas en la misma época, "Tamaño natural" poco tiene que ver con "No es bueno que
el hombre esté solo" (Pedro Olea, 1973), con guión de
José Luis Garci, película insuficientemente valorada en la
que José Luis López Vázquez encarna a Martín, un hombre solitario e introvertido que convive con una muñeca
a la que trata con el mismo esmero que a su desaparecida esposa. Una vez libre esta relación de toda concupiscencia, la potencia de la carga sexual de esta película
recae en Lina (Carmen Sevilla) y Mauro (Máximo
Valverde), los turbulentos amantes que acosan al pacífico Martín en el entorno hostil de los astilleros y las encrespadas olas de la ría de Bilbao.
LARS Y UNA CHICA DE VERDAD: LA HISTORIA DE UN DELIRIO
En junio de 2011, el periodista Josep Tomás se
hacía eco de la noticia protagonizada por el ciudadano
canadiense Dave Hockey, de vacaciones por Inglaterra en
compañía de Bianca, la favorita de su colección de 14
muñecas inflables. Aunque entre todas ellas alcanzaban un valor aproximado de 25000 dólares, el señor Hockey
sólo viajaba acompañado por su preferida, trasladándola
en una silla de ruedas.
Una vez más nos preguntamos si
la realidad se habrá inspirado en la ficción. "Lars y una chica de verdad" (Craig Gillespie, 2007), con guión de Nancy Oliver, nos propone una
historia tierna, fantástica, inverosímil y divertida, exenta
de toda concupiscencia (Lars es la antítesis de Michel, el
libidinoso dentista parisino).
En su día obtuvo críticas tan
dispares calificándola como “una comedia casta, suave y
melancólica” (Antonio Weinrichter – diario ABC) o “una
comedia negrísima” (Jordi Costa‐ diario El País).
Por lo que hemos contemplado hasta ahora, ¿podríamos
categorizar a Lars Lindstrom (genial Ryan Gosling) como
un verdadero fetichista?
Desde el punto de vista médico,
nos encontraríamos ante un trastorno delirante protagonizado por un muchacho introvertido y solitario, con
serios problemas para relacionarse con los demás. Lars
elude todo contacto físico, lo que quizás pudiera albergar
algún tipo de trastorno leve disociativo – autista, incluso
un trastorno bipolar.
Ryan Gosling es Lars Lindstrom
Tras haber perdido a su madre
durante el parto, Lars y su hermano mayor Gus (Paul
Schneider) crecieron bajo la tutela de un padre puritano
y autoritario. Lars mantiene latente el vínculo con su
madre gracias a una toquilla que luce a modo de bufanda, tejido urdido a la par que el feto se iba desarrollando
en el útero materno. Los expertos denominan este fenómeno como apego a una posesión material. Y la historia de apego de una persona se encuentra directamente relacionada con su capacidad para experimentar un
amor romántico.
La presencia de la Doctora Dagmar (Patricia
Clarson) enriquece notablemente este film, una médica de familia con
solventes conocimientos en psicología que se muestra contraria
a considerar a Lars como un enfermo. Tampoco cree que
su comportamiento tenga un origen genético u orgánico
cerebral; más bien al contrario, entiende que su relación
con Bianca, la muñeca hinchable, ayuda al joven a proyectar en ella sus deseos, inquietudes y anhelos.
La Dra Dagmar (Patricia Clarson) atendiendo a Bianca
La
mujer de látex se convierte sutilmente en la voz silenciosa de la atormentada mente de su novio humano.
Quizás no fuera tan descaminada la Doctora
Dagmar proponiendo semejante terapia. Situaciones al
menos tan disparatadas como la de Lars se han vivido en
la realidad. Sin ir más lejos, en Lituania en 2011, un pro‐grama radiofónico celebró el Día Nacional del Hombre
Lituano con una singular competición de natación: cada
contendiente debería participar acompañado de una
muñeca hinchable. Y aunque la afluencia de concursantes fue más bien escasa, el vencedor consiguió embolsarse la
cantidad de 283 euros.
Para la estructuración de una idea delirante los
expertos exigen una serie de requisitos que puedan diferenciarla de otro tipo de convicciones más heterodoxas.
De esta manera, un delirio se define como una idea
imperturbable basada en una lógica inadecuada. Lars
constituye el suyo propio sobre la muñeca de látex, a la
que dota de nombre (Bianca, ¡como la favorita del señor
Hockey!), nacionalidad (brasileña, aunque de origen
danés), aspecto físico (morena y hermosa, nada parecida
a las mujeres de su gélido entorno), con un pasado y una
personalidad propia.
Como la muñeca no puede comer,
Lars ingiere sus alimentos. Como no puede caminar, la
desplaza en una silla de ruedas. El delirio de Lars se afianza gracias a la protección de su comunidad: familia, vecinos, médico, amigos, iglesia… Con la esperanza puesta en
la sanación del protagonista, la frágil e inmadura Margo
(Kelli Garner) aguarda pacientemente por su amor.
Porque el restablecimiento de Lars conllevará a la irremediable desaparición de Bianca.
De "Lars y una chica de verdad" destacamos diversas escenas, una de ellas centrada en el anhelo de inmortalidad. A la salida de un oficio religioso, la compasiva
señora Gruner (Nancy Beatty) le regala a Bianca una
cesta repleta con flores mientras Lars le susurra al oído:
“son bonitas ¿eh?; no son de verdad, durarán para siempre”.
En otra secuencia memorable Lars lee a su novia un
pasaje de Don Quijote de la Mancha (Miguel de
Cervantes), aquel caballero delirante enamorado de una
ilusión llamada Dulcinea. Por último, como apunte cinéfilo, recordar que durante el rodaje de esta película
Bianca fue tratada como una actriz más del elenco, disponiendo de un tráiler‐camerino propio donde era vestida, peinada y maquillada antes de cada actuación.
Las aventuras de Lars nada tienen que ver con las
de "Love object" (Robert Parigi, 2003), película ambientada en Los Ángeles, la retorcida historia de Kenneth
(Desmond Harrington), un escritor de libros técnicos que
experimenta una relación obsesiva por Nikki, una muñeca sexual de alta gama adquirida por Internet. Sus
experiencias con el juguete sexual se interpondrán en su
relación con su compañera de trabajo, Lisa (Melissa
Sagemiller). Progresivamente, la personalidad celosa de
la muñeca irá invadiendo la conciencia de Kenneth, atrapado en un perverso triángulo amoroso entre la maniquí
de silicona y la humana de carne y hueso.
UN POCO DE HISTORIA
Durante la era Genroku, a finales del siglo XVII,
una antología pornográfica titulada "Koshoku Tabimakura" (“La almohada lasciva”) menciona por primera vez la
existencia de ciertos dispositivos artificiales destinados al
placer sexual masculino. Se trataba de vulvas artificiales
(“azumagata” o “sustituto de la mujer”), fabricadas en
carey refinado y recubiertas de terciopelo, intentando
imitar los labios mayores de la mujer. Las azumagatas de
seda y cuero evolucionaron a cuerpos femeninos completos (“doningyo” o “cuerpos de muñeca”).
Paul Tabori
(1908 ‐ 1974), escritor e investigador húngaro, describió
las muñecas fornicarias japonesas presentes en la obra
erótica “Jiiro haya Shinan” (“El arte de seducir con rapidez a una novicia”), dueñas de un apelativo muy descriptivo: tahi‐joro o “putas de viaje”.
Paul Tabori (1908 - 1974)
En el año de su fallecimiento, Henry Nathaniel
Cary (1858 ‐ 1922) publicó a título privado un libro en el que sucintamente describía un par de folletos publicitarios
franceses: uno de ellos especializado en la venta de vaginas artificiales y el otro anunciando hombres y mujeres
sintéticos, de cuerpo entero. Dicha exigua obra ostentaba el pomposo título de "Erotic Contrivances: Appliances
Attached to, or Used in Place of, The Sexual Organs".
Ajenos a estos dramas propios de las pantallas
cinematográficas, durante décadas los marineros portaron en sus petates las llamadas “damas de viaje” o “esposas holandesas”, muñecas femeninas confeccionadas con
tela cosida. Aunque no se haya demostrado nunca (y pudiera
tratarse de un fake o falsa noticia), hay quien todavía
defiende que en la década de los años 30 y 40 del pasado siglo XX estas muñecas sexuales fueron perfeccionadas por la Alemania nazi (el supuesto proyecto de Hitler
Model Borghild) y en Japón (para solaz de las tripulaciones de los submarinos militares).
Precisamente desde el
país germano la comercialización de la muñeca Bild Lilli
adquirió en los 50 una enorme popularidad, una peque‐
ña muñequita decorativa de plástico vestida de manera
provocativa y seductora. Parece ser que tan peculiar
diseño significó la verdadera fuente de inspiración para
que Ruth Handler creara su primera muñeca Barbie.
Desde aquellos primitivos modelos, hoy en día se
puede disponer de muñecas para todos los gustos,
pudiéndose escoger el color de sus ojos, cabello y las
tonalidades de su piel, maquilladas y vestidas con sugestiva y lujuriante lencería. En este peculiar mercado también podemos encontrar modelos masculinos, transexuales e incluso alienígenas.
Por el momento, entre las muñecas más refinadas
destaca la saga Honey Dolls, fabricadas por la compañía
japonesa Axis; disponen de un esqueleto articulado que
les permite adoptar un variado repertorio de posturas sexuales. Son capaces de jadear cuando son estimuladas
por su amante humano gracias a una serie de complejos
y sofisticados sensores.
La fascinación por las muñecas de goma parece
no tener fin. Algunos documentales televisivos han reve‐lado la existencia de hombres a los que les encanta vivir
bajo la apariencia de androides femeninas de látex y
plástico. Aunque pudieran llevar a la confusión con Drag
Queens al más puro estilo de "Las aventuras de Priscilla,
reina del desierto" (Stephen Elliot, 1994), los rubber dolls constituyen un fenómeno totalmente exclusivo e independiente.
Se trata de varones heterosexuales fetichistas
que no siguen un único patrón. No tienen por qué ser
necesariamente homosexuales ni transexuales. Sobre
elevados tacones y plataformas suelen acudir a convenciones del mundo del látex, el bondage, el sadomasoquismo y otras formas de fetichismo relacionadas con el
vinilo y la silicona.
En sus transformaciones disfrutan con
todo tipo de exageradas prótesis: senos apuntados como
torpedos, exiguas cinturas de avispa, nalgas y caderas
prominentes y maquillajes especiales donde priman
espectaculares y coloridas pelucas, brillantes barras de
labios, pestañas superlativas y uñas extra‐largas. De esta
guisa, convertidos en seres artificiales, destacan por su
docilidad y sumisión, intentando parecerse lo más posible a juguetes sexuales.
No es la primera vez que una espléndida escultura o un estilizado maniquí se convier ten en un ser animado en la gran pantalla. Ava Gardner, en su máximo esplendor, protagonizó "Venus era mujer" (William A. Seiter, 1948).
Cuarenta años más tarde, en "Maniquí" (Michael Gottlieb, 1987), la muñeca Emmy (Kim Cattral) y el escaparatista Jonathan Switcher (Andrew McCarthy) vivirán una romántica historia de amor.
Insistimos nuevamente en el trasfondo machista de estas películas, probablemente involuntario, donde prima el simbolismo de la hembra ideal disfrazada bajo la apariencia de un objeto inanimado de hermosas proporciones (maniquí, muñeca, estatua – la cosificación femenina) que además, en su reencarnación como mujer resulta adornada con múltiples virtudes.
Así se convierte en un reflejo del fetichismo y del narcisismo masculino, que arranca desde "La Metamorfosis" de Ovidio (con Pigmalión y Galatea) y culmina con las creaciones femeninas más impactantes de Hollywood. El mito de Pigmalión, rey de Chipre, el escultor de Galatea, la estatua de marfil que encarnaría las virtudes de la mujer perfecta, ha inspirado infinidad de películas, desde "Pygmalion" (Anthony Asquith, 1938) y su popular remake "My Fair Lady (George Cukor, 1964), pasando por "Poderosa Afrodita" (Woody Allen, 1995) hasta "Ruby Sparks" (Jonathan Dayton - Valerie Faris, 2012).
"Air Doll", sin alcanzar la notoriedad de otras películas de Hirokazu Koreeda, resulta ciertamente especial.
Nozomi (magnífica interpretación de Doona Bae) es la
excusa perfecta para que el cineasta aporte la lírica necesaria para desvelar determinadas singularidades de nuestra sociedad actual: la soledad, la incomunicación, la
desazón provocada por el inexorable paso del tiempo, la
inconsistencia de la vida y finalmente, la muerte.
Esta protagonista femenina fue concebida para un
manga ("La figura neumática de una chica" de Yoshiie
Gorda); sin dejar de ser un mero objeto sexual, cede al
espectador su límpida mirada para que contemple la insoportable levedad del ser humano. Aunque a medida que
avanza el metraje la película va perdiendo fuelle, la metáfora del aliento como el elemento que ofrece la vida resume
una de las secuencias más fascinantes de esta película.
Al apasionante mundo del manga de ciencia ficción pertenece también la mayor Motoko Kusanagi, una
cyborg especializada en crímenes tecnológicos, entre
ellos una serie de asesinatos cometidos por unas muñecas‐androides sexuales que se suicidan una vez son libe‐
radas por sus amos. La mayor Kusanagi posee un cuerpo y un cerebro artificiales que le permiten realizar increíbles hazañas sobrehumanas.
Es la protagonista de la
popular saga iniciada por "Ghost in the Shell" (Masamune Shirow, 1989) de, con dos secuelas en comic, tres películas animadas, una serie de televisión de dos temporadas y tres videojuegos, todas ellas con líneas argumentales diferentes. Para el 31 de marzo de 2017 está previsto el estreno de la última secuela de esta saga, protagonizada por la bella y sensual Scarlett Johannson.
Y es que la cultura japonesa es un fiel reflejo de la
cibersexualidad en sus mangas y animes cyberpunks,
fusionando los conceptos de sexo, muerte y tecnología en
clave de folclore industrial contemporáneo, pensamientos
que suscribiría el mismísimo Marshall McLuhan.
El 14 de enero de 2008, el diario español "El
Mundo" publicó determinadas informaciones relacionadas con el mundo de los robots. La primera de ellas hacía
referencia a Robin, un robot capaz de resolver las dudas
de los jóvenes sobre la sexualidad empleando el sistema
de mensajería instantánea Messenger. Fruto del trabajo
y la colaboración del entonces Ministerio de Sanidad y
Consumo con la división ibérica de Microsoft, dicha aplicación informática era capaz de responder alrededor de
300 preguntas relacionadas con relaciones sexuales,
enfermedades de transmisión sexual o el consumo de
alcohol. De esta sencilla manera, Robin se convirtió en un
interfaz adicional en el aprendizaje sobre la sexualidad,
labor que tradicionalmente venían desempeñando, con
mayor o menor acierto, padres y educadores.
La segunda era una columna de opinión firmada
por Julio Miravalls. Bajo el título "Los robots del fin del
mundo" el periodista reflexionaba sobre el envejecimiento demográfico de Japón y la fascinación de sus ciudadanos por los androides. La empresa Sanyo había creado robots capaces de bañar a personas mayores. Se calcula que para el año 2025 las ventas de este tipo de ingenios domésticos supondrán unos 26000 millones de
euros. No en vano Toyota, empresa líder mundial en
automoción, anunció en 2008 su propósito de convertir
la robótica en otro de sus negocios estratégicos.
Finalmente, de la misma manera que Roy Batty, el
replicante Nexus 6 que había visto “atacar naves en llamas más allá de Orión y Rayos‐C brillando en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhaüser”, la cándida
Nozomi quiso conocer también a su creador (Joe Odagiri)
intentando darle trascendencia a su existencia como una
sencilla muñeca de plástico y aire.
Joe Odagiri en "Air Doll"
Las muñecas sexuales más económicas son las
hinchables. Sus rasgos son poco esmerados y están fabricadas de vinilo soldado. Disponen de vaginas artificiales. Su fragilidad puede provocar que se rasguen por las uniones; en determinadas circunstancias, podrían represen‐
tar un riesgo para la salud pues contienen materiales
peligrosos como cloruro de vinilo y ftalatos.
En un nivel
superior se sitúan las muñecas de látex pesado, sin costuras y con una cabeza plástica semejante a la de los
maniquíes, adornadas con pelucas estilizadas, ojos de
plástico o cristal, con las manos y los pies moldeados.
Además algunas partes pueden rellenarse con agua. El
mercado actual de estos artículos está copado por
empresas francesas y húngaras.
Pero las más costosas son las de silicona, de textura semejante a la piel humana. Poseen un esqueleto articulado de PVC. Las empresas fabricantes más destacadas
son las californianas Abyss Creations, con sus modelos
RealDoll, y Sintethics, con base en Los Ángeles, junto a la
serie japonesa de las Candy Girl, de Orient Industries.
Los
modelos más modernos incorporan avances propios de
la robótica avanzada. Algunas integran un innovador gel
elástico dotado con un efecto térmico de memoria, superior a la silicona, dotando a sus creaciones con motores
que imitan los movimientos pélvicos e incluso auriculares inalámbricos con efecto audio. La capacidad técnica
ya está presente. Lo único que falta es la evolución de las
costumbres sociales para que el empleo de los androides
sexuales se considere un aspecto más enriquecedor de la
sexualidad humana.
Como colofón, una pequeña curiosidad. Este tipo
de muñecas sexuales suelen adquirirse por Internet.
Llegan al domicilio del consumidor discretamente embaladas en una caja con forma de ataúd, con un curioso servicio post venta adicional: en caso de fallecimiento del
propietario, la empresa se compromete a recoger a la
muñeca y a consagrar su “alma” en una especie de ritual
que la hará desaparecer junto con su dueño.
CINEFILIA
En la delirante "La muñeca muerta" (Adam Sherman, 2004), el escritor, directo y actor croata Goran Dukic da vida a un frustrado escultor que accidentalmente asesina a su novia (Romy Koch, actriz canadiense que en el 2005 también falleció en extrañas circunstancias) y la convierte en una muñeca. Pero el espíritu de la mujer sobrevive en la nueva creación y va eliminando a todos sus dueños posteriores hasta completar su perverso ciclo de macabra violencia.
CINEFILIA
En la delirante "La muñeca muerta" (Adam Sherman, 2004), el escritor, directo y actor croata Goran Dukic da vida a un frustrado escultor que accidentalmente asesina a su novia (Romy Koch, actriz canadiense que en el 2005 también falleció en extrañas circunstancias) y la convierte en una muñeca. Pero el espíritu de la mujer sobrevive en la nueva creación y va eliminando a todos sus dueños posteriores hasta completar su perverso ciclo de macabra violencia.
Romy Koch en "La muñeca asesina"
HER: AMORES VIRTUALES
"Jot Down 100. Ciencia
Ficción. Cien películas imprescindibles":
“¿Qué te enamoraste de una OS? Si no se trata de una
persona real… ¡ni siquiera podíais tocaros! Cómo se lo
podría explicar a alguien que no entiende la diferencia
entre estar junto a ti y sentirse junto a ti?…”
Todavía estamos buscando un mejor resumen de "Her"...
En un principio Theodore (Joaquin Phoenix), el
protagonista de esta película, no resulta un hombre demasiado
interesante. Solitarios como él pueblan diferentes cintas
cinematográficas, desde el impagable Travis Henderson
(Harry Dean Staton) de "París, Texas" (Win Wenders, 1984) hasta el patológico Seymour Parrish (Robin
Williams) de "Retratos de una obsesión (Mark Romanek, 2002).
Tampoco lo es Thomas
Thomas (Benoît Verhaert) el protagonista del film belga "Tomás está enamorado" (Pierre‐
Paul Renders, 2000), un agorafóbico que evita el contacto con los demás. Se relaciona a través de su ordenador sin haber salido de su apartamento en los últimos ocho años. Un buen día, siguiendo los consejos
del analista encargado de su salud mental, decide conocer a una mujer empleando un servicio on‐line.
Entonces nada ni nadie le harían pensar que podría acabar enamorándose de una mujer virtual. Por que Tomás
no se atreve a participar en la realidad, donde el hombre y la mujer se la juegan al reconocerse uno frente al
otro.
En 1985, el McGill Report on Male Intimacy destacaba lo siguiente: “a primera vista, decir que los hombres
no tienen amigos íntimos suena demasiado fuerte y
enseguida suscita comentarios por parte de la mayoría
de los aludidos. Pero los datos indican que es así. Ni la
más íntima de sus amistades (de las pocas que tienen)
llega a acercarse a la profundidad con que una mujer
suele abrirse a otras mujeres. Los hombres no valoran la
amistad. Sus relaciones con otros hombres suelen ser
superficiales, incluso banales”.
En comparación con las féminas, los varones mostramos una mayor inclinación a evitar las amistades
humanas, lo que nos otorgaría más tiempo para relacionarnos con los ordenadores. Estudios neurológicos han
demostrado que nuestros sentimientos por Iphones y
Androids constituyen una emoción que en nuestros cerebros se representa exactamente como el amor.
Entonces
no es de extrañar que lo que realmente convierte a
Theodore en especial sea su capacidad para congeniar
con un engendro incorpóreo instalado en su ordenador,
hasta el punto de permitirle revivir la intensidad de un
amor renovado.
Esta idea puede resultar fascinante, pero no lo es
tanto si la comparamos con aquellos programas informáticos del último cuarto del siglo XX que dibujaban complejos planos, competían contra el campeón mundial de
ajedrez Garri Kasparov, componían música como si de
Mozart se tratase o regían el destino de una nave sideral
en la ficción cinematográfica de "2001: Una odisea del
espacio" (Stanley Kubrick, 1968). Como asesor para el superordenador HAL 9000
en esta cinta participó el recientemente desaparecido
Marvin Minsky (1927‐2016) considerado el padre de la
Inteligencia Artificial.
Joaquin Phoenix es Theodore
Para Theodore, soportar la amargura del divorcio
con su esposa (Rooney Mara) se mitiga cuando adquiere
un sistema operativo de inteligencia artificial que integrará en su mundo real disimulado bajo la seductora voz
de Scarlett Johansson; ella es Samantha. En esta ocasión,
la hembra digital no queda encorsetada dentro de un hermoso cuerpo de látex o silicona, sino que su sensualidad,
comprensión y alegría intangibles constituyen el bálsamo
ideal capaz de aliviar a un hombre “condenado a la resignación más trágica”, permitiéndole “acceder a la seducción mutua, el deseo, la compañía, la plenitud, los celos,
las dudas, sentirse acompañado y amado…, a través de
alguien que no existe, maravillosamente programado,
intocable, profesional, perfecto”.
En la manera que Theodore encandila a los destinatarios de las cartas redactadas desde su oficina, se convierte a su vez en la víctima propiciatoria de ese espejismo amoroso llamado Samantha. Retomando la teoría del
apego, comentábamos que la capacidad de una persona
para sentir un amor romántico estaba directamente relacionada con su historial de apego.
Unos antecedentes de
apego que incluyan ordenadores (un componente de
software en el caso particular de Samantha) o mascotas
electrónicas podría ofrecer la base necesaria para enamorarnos de un robot.
No resulta novedoso entender que cuando las
personas piensan en los computadores lo hacen como si
fueran casi humanos. Este tipo de antropomorfismo
viene ocurriendo desde los tiempos del Programa ELIZA
de Joseph Weizenbaum en el MIT (Massachusetts
Institute of Technology, 1964‐1966), uno de los primeros programas que procesaban el lenguaje natural.
Joseph Weizenbaum (1923 - 2008)
Fantasear con la
posibilidad de que un ordenador o un robot sean una
persona (un humanoide), incluso una pareja sexual, no
sucede sólo con las máquinas inteligentes.
Esto es la realidad; en 2004, la compañía Artificial
Life (con sede en Hong Kong) puso en el mercado a
Vivienne, una novia 3G que devengó en un absoluto fracaso comercial.
Por una cuota mensual de 4 euros (reales, no virtuales) los usuarios podían bajar a sus teléfonos
celulares la imagen parlante de esta mujer morena y
esbelta. Si querían gastarse más dinero, sumado a las
costosas llamadas telefónicas, podían cumplimentarla
enviándole flores, cajas de bombones y otros regalos
inmateriales (que por supuesto también vendía Artificial
Life). A cambio Vivianne les daría a conocer diversos
aspectos de su existencia cotidiana así como presentarles
otras amigas virtuales. Pero si un cliente la desatendía,
no volvía a hablar con él. En 2006, Artificial Life puso en
circulación un amigo virtual para mujeres. Entre los planes de la empresa se barajaba extender la oferta de
dichos programas a posibles clientes homosexuales masculinos y femeninos.
Esto otro es cine; en Her descubrimos un conato
de relación entre Theodore y una mujer anónima, “Sexy
Kitten – Gatita Caliente” (Kristen Wiig), un episodio cual‐quiera de sexo telefónico o por Internet tan en boga en
nuestros días. Incluso se verá envuelto en una trama
todavía más real, donde el hombre y su sistema operativo tantean una posible relación sexual empleando una
interfaze humana llamada Isabelle (Portia Doubleday).
Esta actriz encarnó también el personaje de Angela Moss en la serie televisiva "Mr. Robot", protagonizada por Christian Slatter y Rami Malek, creada por Sam Esmail y estrenada en junio de 2015 por USA Network.
Portia Doubleday
CINEFILIA
En "Blade Runner 2049" (Denis Villeneuve, 2017), Joi (Ana de Armas) es un holograma de compañía que en las interacciones afectivas con el protagonista K (Ryan Gosling) sustituye a las replicantes de la cinta original de Ridley Scott, por el momento un paso más allá en el software inteligente emocional cinematográfico.
Al respecto, el acmé de esta película se alcanza en el asombroso ménage à trois protagonizado por Joi, K y Mariette (Mackenzie Davis), una replicante de placer contratada por la holograma doméstica a modo de stand-in, "un coqueteo de hiperrealidades que se funden".
CINEFILIA
En otro filme del mismo año, "Marjorie Prime" (Michael Almereyda, 2017), un sistema informático enriquece hologramas que reproducen a los seres queridos ya desaparecidos, para seguir teniéndolos próximos y acogedores. Pero, de la misma manera que los replicantes de "Blade Runner", incapaces de distinguir los recuerdos reales de los implantados, la información que reciben los hologramas está sesgada por las reminiscencias de cada interlocutor. El resultado resulta paradójico, pues llegan a desarrollar personalidades propias, alejadas de las que un día tuvieron en la realidad.
En otro índole de acontecimientos, en 1994 la revista especializada PC‐Magazine incluía entre sus páginas (volumen 13, página 483) un anuncio de Software Sexy. De este modo, Girlfriend se convertía en la primera mujer virtual que podía ser observada e interrogada sobre cualquier cuestión relacionada con ella misma. Los usuarios de este programa de inteligencia artificial podían combinar diferentes modelos de ropa e incluso acompañarla en diversas actividades sexuales. Un vocabulario inicial de 3000 palabras permitía la comunicación con la chica virtual, facultad que por supuesto podría incrementarse durante su uso y disfrute. El software básico incluía a la Girldfriend Lisa, pero existía la posibilidad de añadir más chicas. Aquel programa tan requería tan solo entre 7 y 10 MB de espacio libre en la memoria del computador.
En "Blade Runner 2049" (Denis Villeneuve, 2017), Joi (Ana de Armas) es un holograma de compañía que en las interacciones afectivas con el protagonista K (Ryan Gosling) sustituye a las replicantes de la cinta original de Ridley Scott, por el momento un paso más allá en el software inteligente emocional cinematográfico.
Al respecto, el acmé de esta película se alcanza en el asombroso ménage à trois protagonizado por Joi, K y Mariette (Mackenzie Davis), una replicante de placer contratada por la holograma doméstica a modo de stand-in, "un coqueteo de hiperrealidades que se funden".
CINEFILIA
En otro filme del mismo año, "Marjorie Prime" (Michael Almereyda, 2017), un sistema informático enriquece hologramas que reproducen a los seres queridos ya desaparecidos, para seguir teniéndolos próximos y acogedores. Pero, de la misma manera que los replicantes de "Blade Runner", incapaces de distinguir los recuerdos reales de los implantados, la información que reciben los hologramas está sesgada por las reminiscencias de cada interlocutor. El resultado resulta paradójico, pues llegan a desarrollar personalidades propias, alejadas de las que un día tuvieron en la realidad.
En otro índole de acontecimientos, en 1994 la revista especializada PC‐Magazine incluía entre sus páginas (volumen 13, página 483) un anuncio de Software Sexy. De este modo, Girlfriend se convertía en la primera mujer virtual que podía ser observada e interrogada sobre cualquier cuestión relacionada con ella misma. Los usuarios de este programa de inteligencia artificial podían combinar diferentes modelos de ropa e incluso acompañarla en diversas actividades sexuales. Un vocabulario inicial de 3000 palabras permitía la comunicación con la chica virtual, facultad que por supuesto podría incrementarse durante su uso y disfrute. El software básico incluía a la Girldfriend Lisa, pero existía la posibilidad de añadir más chicas. Aquel programa tan requería tan solo entre 7 y 10 MB de espacio libre en la memoria del computador.
En "S = EX2" (Pere Estupinyá 2013), sugestivo y
moderno ensayo sobre la sexualidad, no existe (por el
momento) un capítulo dedicado a las relaciones sexuales
entre humanos y robots. Quizás lo añada este divulgador
científico en ediciones futuras.
Pew Research Center es un laboratorio de ideas
que se define como apolítico e independiente; en 2014
publicó un interesante informe sobre la influencia que
tendrán en el año 2025 la inteligencia artificial y la robótica en nuestras vidas. Dicho documento recoge las opiniones de un grupo amplio y variado de expertos. La mayoría de los encuestados opinaron que los avances en
ambos campos impregnarán todos los aspectos de nuestra vida cotidiana cuando en menos de una década estemos a punto de rebasar el primer cuarto del siglo XXI,
desde los procesos de fabricación y producción, hasta las
actividades hogareñas más simples.
Will Smith es el detective Spooner en "Yo, robot" (Alex Proyas, 2004)
David Clark es un investigador científico que trabaja
en el Laboratorio de Ciencias de la Computación e
Inteligencia Artificial del MIT (Massachusetts Institute of
Technology). En su opinión, el término inteligencia artificial
se encuentra sometido a procesos de redefinición constantes. A medida que se vayan convirtiendo en atractivas y
prácticas ofertas comerciales, procedimientos de reconocimiento por la voz (como Siri), o de imágenes y similares,
alcanzarán un desarrollo hoy en día apenas imaginado.
Respecto a Siri, una aplicación con funciones de
asistente personal para iOS (sistema operativo móvil de
la multinacional Apple Inc.), hoy en día es compartida
por diferentes productos de la marca, desde teléfonos
hasta tabletas. Sus fabricantes aseguran que con el paso
del tiempo Siri será capaz de adaptarse a las preferencias
individuales de cada usuario. Quizás el novedoso sistema
OS1 que desata la pasión amorosa de Theodore pueda
abandonar el mundo de la fantasía para materializarse
en un futuro no tan lejano.
En esto seguramente estará implicada la telepresencia, que representa uno de los avances más recientes
en robótica. Uno de sus usos en medicina permite que
personas afectadas por cualquier parálisis o patología
neurodegenerativa que les mantenga postrados puedan
vivir las experiencias de otras personas a través de un
robot que se encuentra conectado con su cerebro. De
forma virtual, dicho usuario podrá realizar toda una serie
de acciones como si estuviera realmente presente en el
lugar donde se encuentra la máquina.
Quién sabe si en el
futuro cercano, tal y como ya ocurrió con los inhibidores
selectivos de la fosfodiesterasa específica tipo 5 (PDE5),
el uso lúdico–sexual de la telepresencia cobre una ventaja progresiva sobre sus fines terapéuticos.
"Simone/ S1m0ne" (Andrew Niccol, 2020) de representa la antítesis de "Her". Comparada con el empaque de la
excepcional "Gattaca" (1997) del mismo director, esta película supuso una oportunidad completamente desaprovechada por el cienasta neozelandés, un film donde la informática acude con todo su potencial en auxilio de Viktor
Taransky (Al Pacino), un decadente director de cine que
alcanza de nuevo las cumbres más elevadas del éxito gracias a Simulation One, un programa capaz de diseñar a
Simone (Rachel Roberts) la estrella de cine más famosa.
EX MACHINA: Y EL HOMBRE CREÓ A LA MUJER
Alcanzado este punto, podríamos considerar "Ex
Machina" como la síntesis y culminación de todos los filmes anteriores. La sencilla muñeca hinchable de "Tamaño natural" ha ido evolucionando hacia los modelos
perfeccionados de "Lars y una chica de verdad" y "Air Doll", incorporando a su estructura los modernos sistemas
operativos de "Her", para convertirse finalmente en las
enigmáticas y bellísimas féminas biotecnológicas Ava y
Kyoko, dotadas con una configuración corporal perfecta
(indistinguibles de cualquier hembra humana) incorporando los avances más flamantes de la inteligencia artificial y la robótica.
Los cinéfilos tendrán en sus mentes "Las mujeres
perfectas" (Bryan Forbes, 1974) y su
desafortunado remake de 2004 dirigido por Frank Oz, a
pesar de contar con un amplio presupuesto y un elenco de
estrellas como Nicole Kidman, Bette Midler y Glen Close.
Ira Levin había escrito "The Stepford Wives" (1972), adaptada para la gran pantalla tal y como anteriormente había
ocurrido con su novela "Rosemary´s baby" (1967) y "La semilla del diablo" (Roman Polanski, 1968). Teresa López‐ Pellisa en "Patologías de la realidad virtual" nos recuerda el mito de Pandora, la hermosa
doncella de tierra y agua creada por Hefesto cumpliendo
los deseos de Zeus. Para castigar la osadía de Prometeo,
el ladrón del fuego, los dioses del Olimpo derramaron sus dones sobre esta femme fatale destinada a provocar el
sufrimiento de los mortales: Afrodita la adornó con una
belleza y una elegancia traicioneras; Hermes le aportó la
astucia y el engaño; Atenea la instruyó en las labores
femeninas; Poseidón le regaló un collar de perlas para
evitar que se ahogara; Apolo le enseñó a cantar y a tocar
la lira; Zeus le otorgó la insensatez, la picaresca y la
vagancia, mientras Hera le concedió la curiosidad, facultad crucial a la hora de destapar el ánfora de todos los
males. Receloso de tan espectacular regalo divino, el
titán Prometeo la rechazó; pero no así su hermano
Epimeteo, inconsciente y prendado de la belleza de tan
seductora criatura.
"Pandora" (1871) de Dante Gabriel Rosetti
El síndrome de Pandora resume aquellas ficciones
que fabrican tecnomujeres para la compañía y el placer
del varón demiurgo, capaces de amar (y no amar), matar
y destruir el mundo en el que han sido engendradas, tal y
como sucede en Ex Machina.
Para el filósofo y escritor
surrealista Georges Bataille (1897 ‐ 1962), la mujer‐muñeca‐maniquí está asociada al sexo criminal, caníbal y castrador. Se convierte en un ente transgresor, en una especie de heroína, sacerdotisa profana y lasciva, intermediaria entre el hombre y lo sagrado por medio del sexo.
Más tecnomujeres emergen en "Terminator
Woman" (Duncan Gibbins, 1991),
en la que una peligrosa androide militar creada a imagen
y semejanza de su inventora se convierte en una máquina de matar, una particular Eva de Destrucción, y en la
cinta surcoreana “Natural City” (Byung‐chun Min, 2003).
Provistas de inteligencia artificial,
capaces de sentir emociones y dotadas de una fuerza
sobrehumana, de la misma manera que los replicantes
de "Blade Runner "(clarísima la influencia de este film), las
féminas artificiales poseen un corto período de existencia de apenas 4 años. Durante el fragor más violento del conflicto entre los humanos y los cyborgs renegados, florecerá con idéntica intensidad el amor entre el
policía R (Ji‐tae Yu) y la muñeca Ria (Rin Seo).
Cartel original de "Natural city"
El amor o la atracción sexual (parafilia) que los
hombres sienten por estatuas, maniquís o muñecas se
conoce como agalmatofilia o eidolismo. En el caso de
Nathan (Oscar Isaak) quizás podamos detectar un caso de pigmalionismo, pues tal es el amor que demuestra por sus propias
creaciones. En la historia del arte, la producción de mujeres facticias ha generado infinidad de estatuas, muñecas,
maniquíes, ginoides, mujeres virtuales y mujeres biogenéticas (biotecnológicas).
Oscar Isaak es Nathan en "Ex Machina"
Si bien esta obra es independiente en sus planteamientos, "Real Humans/ Äkta Människor" (2012) de Harald Hamrell y Levan Akin propone un entramado de
relaciones afectivas (y sexuales) entre humanos y androides de forma muy parecida a la mostrada por Alex
Garland en "Ex Machina".
Esta serie televisiva sueca, dos
temporadas de 10 episodios cada una, se gestó a partir
de una idea original del guionista y productor Lars
Lundström, cuyo nombre curiosamente recuerda al Lars
Lindstrom de "Lars y una chica de verdad".
Como en el
caso de "El hombre bicentenario" (Cris Columbus, 1999) o "Yo, robot" (Alex Proyas, 2004), "Real Humans" se inspira en las Tres Leyes de
la Robótica del genial Isaac Asimov.
Isaac Asimov (1920 - 1992)
La acción está ambientada en un futuro cercano
donde los robots humanoides se encuentran integrados
normalmente en el ámbito laboral y doméstico. Ciencia
ficción, dilemas morales y crítica social a partes iguales.
Hay quienes consideran estos planteamientos como una
vuelta de tuerca adicional en la rebelión de las máquinas
que anticiparon filmes apocalípticos como "Terminator" (James Cameron, 1984) de o en la sedición de los temibles Cylons de la coproducción televisiva "Battlestar Galactica" (2004 ‐ 2009).
En realidad hoy en día
ya estamos debatiendo en los foros especializados sobre
una Cuarta Revolución Industrial que a partir del año
2025 podría reemplazar por robots a millones de humanos en el ámbito laboral.
En "Real Humans" los conflictos surgen entre aquellos que consideran a los Hubots como una verdadera
amenaza, capaz de remover los cimientos de la sociedad,
y un grupo avanzado de robots dotados de una voluntad
libre que les lleva a reclamar la emancipación de sus dueños.
El argumento de esta serie plantea lo que los filósofos denominan The Uncanny Valley, una hipótesis planteada en 1970 por el profesor de robótica Masahiro Mori,
si bien dicho término apareció por primera vez en 1978
en el libro "Robots: Fact, Fiction and Prediction" de Jasia
Reichardt, enlazándolo directamente con los postulados
del psiquiatra alemán Ernst Jentsch (1876‐1919).
Masahiro Mori (1927)
En 1906
publicó su ensayo "On the Psychology of the Uncanny" cuya
influencia fue reconocida por el mismísimo Sigmund
Freud en su obra "Das Unheimliche" (1919), lo ominoso,
fenómeno relacionado con la angustia, con lo que produce miedo.
La conjetura original de Mori es sencilla: a medida
que la apariencia de los robots se vaya haciendo cada vez
más humana, la respuesta de determinados observadores será progresivamente más empática y positiva, hasta
alcanzar un punto en el que tal disposición se transformará rápidamente en una intensa repulsión. A pesar de
todo, como la apariencia robótica es indistinguible de la humana, la respuesta emocional virará de nuevo hacia el
polo positivo, hacia la empatía inherente a las relaciones
entre personas. El fenómeno de The Uncanny Valley se
desencadena precisamente por el aspecto demasiado
humano de un robot, causante de recelo y extrañeza,
mermando la respuesta empática necesaria para una
interacción productiva entre humanos y robots.
Un ejemplo de todo esto tiene lugar en "Los robots
de la Muerte" (1977), uno de los capítulos de la popular
serie televisiva británica Doctor Who, donde nos topamos con el síndrome de Grimwade, una especie de fobia
a los robots provocada por su incapacidad para hablar,
situación que lleva a los humanos a sentirse rodeados
por hombres muertos.
A propósito de estas cuestiones, Hanson Robotics
ha presentado recientemente su robot humanoide Sofía,
por el momento el intento más avanzado de androide
parecido a los humanos. David Hanson fundó esta compañía estadounidense en 2003; es el creador de un robot
dotado con 62 arquitecturas diferentes de cara y cuello,
recubiertos con una piel de silicona. Sofía posee cámaras
de reconocimiento facial en sus ojos y un sofisticado software de reconocimiento de la voz que le permite dialogar sin ningún problema.
Dr. David Hanson con una sonriente Sofía
Superar ciertas barreras técnicas ya no parece tan
imposible. Pieles artificiales que se expanden, se retuercen y emiten luz como la de los cefalópodos ya son una
realidad. Ingenieros robóticos de la Universidad de
Cornell (Nueva York) han inventado un condensador
emisor de luz superelástico (HLEC) que incorpora dos
electrodos de hidrogel iónicos integrados en una matriz
de silicona, resultando que la superficie de esta piel artificial puede expandirse casi un 500% sin que los cables
externos pierdan el contacto con el hidrogel.
Tras el éxito de Real Humans se puso en marcha "Humans" (2015) su remake anglo‐americano escrito por el
tándem Sam Vincent ‐ Jonathan Brackley, producción
conjunta de las cadenas de televisión AMC, Channel 4 y
Kudos. Está ambientada en los suburbios londinenses,
donde cualquier familia que se precie ha de adquirir un
Synth, un sirviente robótico de alta gama tecnológica
idéntico a cualquier humano. Sus protagonistas nos
recuerdan mucho a las androides avanzadas de Ex
Machina.
En "Humans", la actriz Gemma Chan es Anita,
una bella Synth de rasgos orientales adquirida como
asistenta doméstica por la familia Hawkins, mientras la
atractiva rubia Emily Berrington se convierte en Niska,
una prostituta que vende sus favores en un prostíbulo
legal de Synths, y que poco a poco irá desarrollando sentimientos de odio e ira hacia aquellos que la diseña‐
ron como mero objeto de placer.
Las primeras servidoras artificiales de aspecto
humano aparecen en "La Ilíada" de Homero. Son las “doncellas doradas” (kourai khryseai) creadas por el Hefesto,
dios del fuego, dos autómatas de oro con la apariencia
de jóvenes mujeres destinadas al servicio de su amo,
para auxiliarle en su trabajo y en sus necesidades, dotadas de inteligencia, fuerza y habla, que asisten a su señor
cuando se desplaza por sus dominios.
En las pantallas de cine y televisión, parece habitual que las autómatas dedicadas al servicio doméstico
sean dotadas con rasgos asiáticos, como Kioko y Anita. En
Japón, durante el Período Edo tardío (siglos XVIII y XIX) se
diseñaron unos autómatas de madera denominados
karakuri. Algunos poseían la forma de una muñeca que
amablemente servía el té a los invitados. En la década de
los 70 del pasado siglo XX, en la Universidad de Waseda,
se desarrollaron los primeros robots laborales con forma
de androides.
Sin que todavía se hayan materializado, y aún a
riesgo de hacerlo realmente en un futuro quizás no tan
lejano, las propuestas de "Ex Machina" y las series televisivas sobre Hubots y Synths plantean un enconado debate
entre aquellos que como David Levy abogan por una
liberación sexual pendiente del reconocimiento social
que admita las relaciones íntimas entre los humanos y las
máquinas, y aquellos otros encabezados por Kathleen
Richardson, especialista en ética robótica, que por el
contrario alza su voz alertando de sus múltiples riesgos.
Emily Berrington es Niska en "Humans"
Desde la Universidad Monfort de Leicester (Reino Unido),
Richardson entiende que el sexo con robots reforzaría
nociones erróneas sobre las mujeres, al consolidar la creencia de que en una relación sexual sólo debería imperar
el contacto físico.
La prostitución convierte a las mujeres
en objeto, las subyuga bajo una relación de poder, exactamente igual que lo que ocurriría con la generalización
del uso de robots sexuales.
El debut ante las cámaras de Alex Garland, tras su
exitosa labor como guionista en "28 días después" (Danny Boyle, 2002), "Sunshine" (Danny Boyle, 2007) de y "Dredd" (Pete Travis, 2012), incide en los
fundamentos que generan una nueva inteligencia artificial, y de la misma manera en la sexualidad de sus
androides.
Si bien es cierto que una inteligencia artificial
no necesita de una sexualidad, Nathan se pregunta por
qué debería negarle a sus avanzados robots una cualidad
tan específica de los seres humanos, que además facilita
enormemente su interacción e integración.
Recientemente, el test de Turing se ha populariza‐
do gracias a la dramatización cinematográfica de la vida
y obra del excepcional y malogrado Alan Turing (1912‐
1954), matemático, científico de la computación y artífice de la descodificación de la máquina alemana Enigma,
hito fundamental en la victoria aliada en la Segunda
Guerra Mundial. Así podemos contemplarlo en "Descifrando Enigma" (Morten Tyldun, 2014).
Todavía hoy en día el test de Turing se propone
como método para determinar si una máquina debe considerarse o no inteligente. En otras palabras, si se com‐
porta en todos los aspectos como inteligente, es que
entonces debe ser inteligente. Para comprobarlo un evaluador es expuesto a un prójimo y a una máquina, sin
que pueda ver a ninguno de los dos. Como juez deberá
descubrir quién es cada uno de ellos. Humano y máquina podrán mentir o equivocarse en el cuestionario. Si el
evaluador es incapaz de contestar, la máquina habrá
pasado el test con éxito.
El test de Voight‐Kampff empleado en "Blade
Runner" para desenmascarar a los replicantes Nexus 6 se
inspira en el test de Turing. En respuesta a una serie de
preguntas, este test de empatía requiere una máquina
capaz de discernir si un individuo es un humano o un
androide, midiendo respiración, rubor, ritmo cardíaco y
movimientos oculares, incluyendo su tiempo de reacción. Durante la prueba, los humanos desarrollaban respuestas emocionales, ausentes en todo momento en los
replicantes, como en el caso del feroz Leon Kowalski
(Brion James).
En "Ex Machina" el test de Turing fue relevado por
un planteamiento más osado: Caleb (Domhnall Gleeson) intentará descubrir
si la bella Ava actúa por voluntad propia o gracias a su
compleja programación, si imita los comportamientos
humanos, incluyendo los sexuales, o si los genera genuinamente.
Domhnall Gleeson es Caleb en "Ex Machina"
Retomemos de nuevo a Ernst Jentsch
cuando afirmaba que uno de los procedimientos más
seguros para evocar lo siniestro consiste en dejar que el
lector (en nuestro caso el espectador) dude de si determinada figura que le es presentada es una persona o un
autómata.
SoftBank Mobile, el gigante japonés de las telecomunicaciones, en colaboración con la francesa
Aldebaran Robotics, comercializó en 2015 su simpático
robot Pepper (1600 dólares cada unidad), recomendándole por adelantado a sus propietarios evitar cualquier
práctica obscena con estos pequeños androides blancos
de 121 centímetros y 28 kilogramos, diseñados para comunicarse con las personas e interpretar sus emociones, animándolas y mitigando sus penas.
Pepper será
capaz de ir desarrollando su propia personalidad a medida de que las personas vayan interactuando con él, pudiendo
recordar caras, alegrarse cuando se le preste atención o
ponerse triste en el caso contrario.
Sin embargo, los partidarios del sexo con robots
esgrimen sus peculiares razones: orgasmos garantizados,
emociones sencillas, selección de pareja a la carta, relaciones sexuales sin riesgo de embarazo o enfermedades
de transmisión sexual, así como la investigación y el des‐
arrollo de mecanismos de placer avanzados.
Además,
como trasfondo de estas reivindicaciones suyas, subyace
una sutil crítica social; los censores que se pronuncian
vehementemente contra la utilización sexual de robots
parecen menos taxativos a la hora de plantear objeciones contra el empleo bélico y violento de los drones, por
poner un ejemplo.
El doctor Blay Whitby, de la Universidad de Sussex
(Reino Unido), especialista en ética de las tecnologías y
miembro del panel ético de estrategias de la British
Computer Society (BCS), entiende que el grado de interacción alcanzado actualmente entre humanos y robots
hará que en los próximos años el nivel de integración de
estos últimos será tal que facilitará enormemente el enamoramiento entre ambos.
Éste sería un paso más en las
relaciones emocionales que el cine más reciente ha planteado en cintas como "Un amigo para Frank" (Jake Schereider, 2012), en la que un robot
mayordomo se hace cargo de un hombre mayor (Frank
Langella) o "Big Hero 6" (Don Hall - Chris Williams, 2014), película de animación de la factoría Disney en
la que Baymax, un orondo mullido robot inflable entabla
una entrañable relación con Hiro, el niño al que protege.
La inteligencia y la voluntad humanas pueden llegar a
conocerlo y a quererlo todo (incluso a un androide), o
por lo menos tienen esa capacidad.
Por el momento, no todos los expertos opinan
igual que David Levy o Blay Whitby. El pragmático ingeniero Hiroshi Kobayashi, experto en robótica y catedrático en la Universidad de Ciencias de Tokio, mantiene prudentemente las distancias respecto a los androides imitadores de los humanos. No teme un futuro plagado de
máquinas inteligentes conscientes, aunque si pronostica
un mundo con robots que desarrollen múltiples y útiles
funcionalidades para facilitar nuestra existencia.
El científico mejicano Raúl Rojas, especialista en
inteligencia artificial y profesor de Matemáticas e
Informática de la Universidad Libre de Berlín, entiende que con la tecnología actual, y dada la complejidad del
cerebro humano, difícilmente conseguirán los ordenado‐
res superar la inteligencia del ser humano. Su escepticismo está basado en la inviabilidad de la integración del
componente emocional en los androides, parte esencial
en la inteligencia humana.
Finalmente Nick Bostrom, profesor de Filosofía de
la Universidad de Oxford y director del Future of
Humanity Institute entiende que una inteligencia artificial no tiene por qué parecerse a una mente humana.
Según este experto deberíamos esperar que las arquitecturas cognitivas artificiales sean muy distintas de las inteligencias biológicas. Por si fuera poco sus objetivos sistémicos podrían diferir radicalmente de los humanos; en
otras palabras, no hay por qué esperar que una inteligencia artificial genérica esté motivada por el amor, el odio o
el orgullo, ni ningún otro sentimiento humano típico.