sábado, 26 de septiembre de 2009

EL NADADOR


Desde el primer momento en que la vi, confieso mi devoción por "El nadador" (Frank Perry, 1968). Amicus usque ad aras por esta polémica película, covertida en la actualidad en verdadero objeto de culto.

¿Qué razones justifican tanta predilección? En primer lugar, la singularidad de su argumento. El guión de Eleanor Perry (esposa del director) está basado en un relato original del escritor norteamericano John Cheever, publicado en su día por la prestigiosa revista "New Yorker". Por cierto, el escritor realiza un cameo en la escena de un party a pie de piscina en el film.


John Cheever (1912 - 1982)



En segundo lugar, la imponente presencia de Burt Lancaster interpretando el extraño papel protagonista de Ned Merrill, un hombre maduro que decide cruzar su condado atravesando a nado hasta alcanzar su hogar todas las piscinas (públicas y privadas) que va encontrando en su camino. Cuando se filmó esta película, Lancaster contaba con 52 años de edad (durante el verano de 1966, aunque el estreno se pospuso hasta 1968).

Los 185 cm de cuerpo atlético y magro, labrados en su juventud a fuerza de gimnasio y acrobacias circenses, realmente todavía impresionan al espectador actual. Parece ser que para mejorar esa envidiable forma física, antes de rodar muchas escenas de esta película, el actor de Nueva York hubo de someterse a varias sesiones de flexiones, kárate y a un estricto programa de ejercicios aeróbicos destinado a fortalecer su musculatura. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que Lancaster luce el mismo palmito que 9 años antes en "De aquí a la eternidad" (Fred Zinnemann, 1953), cuando encarnó al rocoso sargento Milton Warden.

Burt Lancaster en "El nadador"

Burt Lancaster besando apasionadamente a Deborah Kerr en "De aquí a la eternidad"



En tercer lugar, la ambientación en los bosques de Connecticut, los mismos en los que se ocultaba de la mirada del mundo el escurridizo escritor J.D. Salinger, repletos de infinitas tonalidades de verde, con un tratamiento de la luz que magnifica las hojas de los árboles, la diáfana claridad del agua de las piscinas y el azul de un cielo casi siempre radiante. Hasta los charcos de los caminos me parecieron hermosos. Mención especial para David L. Quaid, el director de fotografía de esta película.

Y para completar tamaña admiración, destacamos también la peculiar banda sonora del compositor Marvin Hamlisch.


En clave de crítica solitaria, percibimos cierta discontinuidad en la narración cinematográfica, tal vez fruto de la accidentada dirección y producción de Frank Perry, que no llegó a concluir el film, y de Sydney Pollack, conduciendo personalmente varias escenas.


Pero, ¿por qué hemos decidido incluir el comentario de esta película en este blog?. Sencillamente, además de por las razones sentimentales, estéticas y cinematográficas, porque pudiera reflejar una patología psiquiátrica conocida como trastorno disociativo.


Según los expertos, la disociación es un mecanismo psicológico de defensa, que permite separar del conocimiento consciente ciertas ideas, sentimientos, incluso la identidad y la memoria, sin que todo esto pueda recuperarse o experimentarse voluntariamente.


http://www.msd.es/publicaciones/mmerck_hogar/seccion_07/seccion_07_090.html



LA AMNESIA DISOCIATIVA


Comprendida dentro del grupo de los trastornos disociativos, se caracteriza por la incapacidad de recuperar información personal primordial, generalmente de características traumáticas o estresantes. Esta pérdida de memoria puede ser autobiográfica, siendo el individuo que la padece incapaz de saber quién es realmente y qué cosas ha realizado en su trayectoria vital. A pesar de todo, este déficit mnésico sigue influyendo en la vida del individuo.

Dichas lagunas de la memoria pueden abarcar desde unos segundos hasta varios días, incluso años o toda la vida. La amnesia suele ocurrir tras un episodio dramático (una catástrofe, un accidente, la pérdida de un ser querido o la ruina financiera). Precisamente el quebranto de su vida familiar y económica se intuyen como los desencadenantes del extravío parcial de los recuerdos del infortunado Ned Merrill.



NADANDO POR EL RIO LUCINDA...



Ned Merrill, un vigoroso hombre de mediana edad irrumpe en la casa de unos amigos. Tras hacer unos largos en la piscina de aguas cristalinas, sus anfitriones se muestran intrigados sobre lo que ha sido de su vida y de la de su familia durante el periodo estival. Alegre y satisfecho, Ned proclama a los cuatro vientos su bienestar y su felicidad.

Tras recordar con un antiguo colega de juventud los buenos ratos que pasaban nadando en el río, a Ned se le ocurre una extravagante idea: cruzar todo el condado hasta su hogar, zambulléndose en las piscinas que encuentre a su paso. De esta manera, todas ellas se transformarán en un continuo acuático, en el imaginario Río Lucinda, bautizado así por Merrill en honor de su propia esposa.

A medida que van desfilando los personajes (vecinos, amigos, amantes, rivales..) la película se convierte en una crítica despiadada al modus vivendi de las clases pudientes americanas, denostadas incluso por el escritor John Cheever en sus relatos, más preocupadas en la ostentación, emborrachándose en sofisticadas fiestas y en la adquisión de los últimos modelos en filtros para piscinas o en máquinas cortacésped para sus pulcros jardines.

Destacaríamos aquí la labor desempeñada por la bella Janet Landgard en el papel de la niñera Julie Ann Hooper, encargada de transportar a Merrill a los dorados tiempos del pasado.



Burt Lancaster y Janet Landgard:
"tu vientre, un montón de trigo, de lirios rodeado..."
(El Cantar de los Cantares)

El final de la película será revelador. Después de multitud de visicitudes, el kafkiano Ned Merrill se enfrenta a la dura realidad. Aterido bajo una pertinaz lluvia que despide el verano, aporrea la puerta de su antiguo hogar, abandonado, vacío, en ruinas, sin rastro alguno de la que un día fue su familia (su mujer y sus hijas, intuídas pero nunca vistas en este film). Instantes verdaderamente impresionantes y dramáticos.

Un trauma de tal calibre ¿le serviría a nuestro protagonista para recuperar la memoria extraviada? Se admiten sugerencias...

domingo, 13 de septiembre de 2009

LA PESTE



"Estamos todos en el corredor de la muerte... esperando el perdón"
- Cottard a Marine Rambert

"Soy médico; la enfermedad es mi enemigo natural...; hay un poco de la peste en todos nosotros..."

- El Dr. Rieux a Tarrou


Hace tiempo que la peste se convirtió en un filón para las taquillas cinematográficas. En este mismo blog hemos dedicado varios espacios a la presencia y tratamiento de esta enfermedad en las pantallas de cine.

"La peste" (Luis Puenzo, 1992) se basa en la novela homónima de Albert Camus, convertida hoy en día en todo un clásico de la literatura universal. No debe confundirse con "El año de la peste" (Felipe Cazals, 1975), la película mejicana que contó en su guión con la inestimable colaboración de Gabriel García Márquez, ni tampoco con "El retrato de la peste" (Lucila de las Heras, 2009), un reciente corto de animación.




En una habitación sombría, un hombre se debate entre la vida y la muerte sobre un camastro. Un médico, el Dr. Bernard Rieux (William Hurt) le presta auxilio. El enfermo, febril y confuso, le pregunta si él también escucha el sonido de la peste. Una voz en off (¿la del médico - cronista, la de la memoria colectiva?) nos advierte de que la peste no es una manera moderna de morir.

El director Luis Puenzo se permite una primera licencia: traslada la ciudad de Orán, perteneciente a la Argelia colonial francesa cuando Albert Camus escribió su novela, a un escenario ficticio del cono sur latinoamericano. No en vano los exteriores fueron filmados en el barrio porteño de La Boca, en Buenos Aires.

NOTA: en alguna escena podemos observar imágenes del estadio Alberto J. Armando, más popularmente conocido como La Bombonera, cancha y bastión del Club Atlético Boca Juniors. En el film, el estadio se transforma en una especie de campo de aislamiento, donde los infectados sospechosos han de someterse a cuarentena.

Un segundo problema al que se hubo de enfrentar el realizador de esta película es la dificultad de adaptación a las pantallas cinematográficas de una obra de profundas raíces filosóficas (aunque embalada en forma de relato de ficción). La camusiana teoría del absurdo y el existencialismo se encuentran imbricados en la trama del guión y de la acción.

Las calles están revueltas, repletas de manifestantes. Las masas corean sus consignas y reivindicaciones. Un taxi conducido por el cínico Cottard (interpretado aquí por el difunto y polifacético actor Raul Julia), traslada hacia el aeropuerto a una pareja de periodistas de la TV francesa: Martine Rambert (Sandrine Bonnaire) y Jean Tarrou (Jean-Marc Barr).



En la terminal se encuentran con el Dr. Rieux que acompaña a su esposa enferma, Alice Rieux (Victoria Tennant); ella ha de viajar obligatoriamente a la capital francesa para completar las pruebas diagnósticas que permitan tratar adecuadamente su padecimiento. Nadie se imagina que ese vuelo será el último que parta de Orán, pues desde entonces permanecerá aislada tras declararse allí una epidemia de peste. Los periodistas franceses tampoco consiguen plaza para retornar a París y deberán regresar a una ciudad a punto de entrar en cuarentena.

Las ratas han comenzado a invadir los edificios. La radio informa que la presencia de estos roedores ha sido detectada incluso en el Departamento de Salud Pública de Orán. Una escena nos muestra a una enorme rata negra treparando y mordiendo en una pierna a Martine en el ascensor de su hotel.

El ciclo patológico de la peste bubónica que conecta a la rata negra (Rattus rattus), con sus pulgas infectadas por la Yersinia pestis y con el ser humano ha sido ya tratado en epígrafes anteriores de este mismo blog, por lo cual no vamos a extendernos en esta materia.

El Dr. Rieux y su colega del hospital el Dr. Castel (Norman Erlich) practican las primeras autopsias tratando de averiguar cuál es la causa de una plaga que las autoridades son reacias a reconocer. Ellos atribuyen los casos a la fiebre tifoidea. Simplemente recordar aquí que, a pesar de que el cuadro clínico de esta enfermedad presenta fiebre elevada, cefalea y estupor, no cursa con la afectación ganglionar típica de la peste bubónica, estando además causada por bacterias del género Salmonella (tiphy - bacilo de Eberth - o paratiphy).

La figura del médico investigador, sentado durante largas horas delante del microscopio en la procura de una evidencia sobre la enfermedad, y la del médico clínico, enfrentado cada día a una consulta repleta de pacientes, cuando no a la asistencia a pie de cama del propio enfermo, me trajo a la memoria los personajes del Dr. Anton Drager (una añorada estrella, Rock Hudson) y del Dr. Brits Jansen (Burl Ives), esta vez luchando contra la lepra en "Camino a la jungla" (Robert Mulligan, 1962).


El egoísmo y la deshumanización, la brutalidad y el totalitarismo, la fragilidad y lo absurdo de la vida, la vocación médica, la ineficacia burocrática, la ignorancia, la solidaridad, la pérdida de la fe en Dios, la irracionalidad provocada por el miedo a la enfermedad y a la muerte..., todas estas cuestiones podemos encontarlas simbolizadas en el film de Luis Puenzo.

Tal y como pudimos constatar cuando comentamos recientemente "El séptimo sello" (Ingmar Bergman, 1957), desde tiempos ancestrales, y siempre que el ser humano se ha sentido amenazado por una enfermedad catastróficamente mortal, ha corrido a buscar el amparo de la fe en sus templos e iglesias. En este sentido, todavía hay quien irónicamente sostiene que la mejor vacuna contra el ateísmo es volar en avión...

En "La peste" podemos ver unas escenas en las que el padre Penaloux (Norman Briski) aterroriza a sus feligreses desde el púlpito predicando sobre la conveniencia del arrepentimiento en esos momentos de tribulación y zozobra. Y lo hace mediante un episodio de la llamada "Leyenda dorada", amplia colección de hagiografías atribuída a Jacobo de la Vorágine, arzobispo de Génova a mediados del siglo XIII. Dos ángeles recorren el orbe. El ángel bueno señala y ordena al ángel malo que golpee las puertas de los hogares que indefectiblemente sufrirán la plaga de la peste... Y es que la bondad (la voluntad divina) nunca puede ser responsable directa de la calamidad...

Este mismo motivo fue utilizado en 1869 por el pintor neoclásico francés Jules-Elie Delaunay (¡no confundir con el maestro del abstracto Robert Delaunay!) en su cuadro "Peste en Roma", que puede contemplarse en el Museo de Orsay de París.


http://www.musee-orsay.fr/es/colecciones/obras-comentadas/pintura.html?no_cache=1&zoom=1&tx_damzoom_pi1%5BshowUid%5D=2272


Respecto al tratamiento de la enfermedad, pudiera llamarnos la atención cierta referencia al suero del Dr. Castel. Históricamente, el original de Albert Camus fue publicado en 1947, precisamente el año en el que se generalizó el uso terapéutico de la estreptomicina. Era el primer antibiótico del grupo de los aminoglucósidos, descubierto en 1942 - 1944, y empleado en el tratamiento de la peste junto a la gentamicina, doxiciclina y ciprofloxacino.

La peste bubónica, sin tratamiento, alcanza una mortalidad del 50 - 90% de los infectados. Si el tratamiento se instaura en las primeras 24 horas, la mortalidad desciende un 50%.

Una de las víctimas de la epidemia es Joseph Grand (Robert Duvall), empleado de la oficina de censo que colabora con el Dr. Rieux, más concretamente en las estadísticas de los entierros.



NOTAS PARA CINÉFILOS

San Roque, patrón de los apestados. En la película, mientras Rieux le cuenta a Tarrou cómo perdió a su hija, una procesión con imágenes de San Roque discurre lentamente a su lado por los muelles. En las escenas finales del film, ese fatídico recuerdo será de nuevo evocado por el médico cuando traslada en la ambulancia al pequeño Felipe (Bruno Chmelik), el niño cantor alumno de la madre y la esposa de Rieux.

No debe confundirse la imagen de San Roque con otra ciertamente popular de San Lázaro leproso, apoyado en unas muletas y también acompañado por un fiel can.

Estampa devocional de San Roque


En la laureada segunda entrega de "El Padrino" (Francis Ford Coppola, 1974) tiene lugar en Little Italy una procesión en honor a San Rocco (San Roque), en la que los devotos enganchan billetes al manto que cubre la talla del santo, así como en un mástil plantado delante de su refulgente capilla. Esta acción discurre paralela al seguimiento que Vito Corleone (Robert de Niro) hace de D. Fanucci (Gastone Moschin), capo local de la Mano Negra, por los tejados de la vecindad, justo antes de ajustarle las cuentas...

Como colofón, haciendo patria, mostramos una fotografía del dintel de la puerta que separa el atrio de la Iglesia de la Trinidad de su plaza homónima. Antiguamente constituía el marco de entrada de estilo renacentista del antiguo Hospital de San Roque (siglo XVI).


Por supuesto, estos monumentos están la hermosa ciudad de Ourense. Visítenla siempre que puedan... Merece la pena...